El país se desmorona ante un Presidente soberbio. Se ciñó la banda presidencial con la certeza de tener el conocimiento, fuerza, ideas y visión para impulsar al país, con la vanidad como fuerza motora. Un estadista tiene alternativas ante lo inesperado; otros son incapaces de alterar el rumbo y se hunden.
Por anemia hospitalizan a Emilio Lozoya y posponen su audienciaSuman 12 alcaldes muertos por Covid-19 en todo MéxicoPara José López Portillo fue el año 1982, el último de un sexenio que pareció sería triunfal. Para Andrés Manuel López Obrador es 2020. El destino lo alcanzó demasiado pronto, y como su antecesor se muestra incapaz de entender sus yerros. El último año de JLP fue el hundimiento ante la terquedad del capitán; al actual inquilino de Palacio le quedan más de cuatro años. En 2019 la ineptitud obradorista transformó una desaceleración económica en recesión; este año, en lugar de una grave recesión causará una depresión económica (una contracción de dos dígitos). Lo que debería ser un sólido rebote en 2021 será, en cambio, una recuperación tibia. A ese paso, quizá en 2023 se recupere el PIB per cápita de 2018.
López Portillo culpó a todos menos a sí mismo del fracaso. Los “malos mexicanos” sacaban dólares, y los banqueros ayudaron en el “saqueo”. Su respuesta fue nacionalizarlos. AMLO ya se encuentra en la cacería de culpables. Si bien vive en un mundo paralelo, no puede aislarse por completo de esa terca realidad que apila muertos (por violencia o COVID, entre otros) y en que millones se empobrecen con rapidez ante el frenazo económico y la destrucción de empleos.
Para una persona que gusta de burlarse de sus rivales, de polarizar a la población, al tabasqueño no le gustan las cucharadas de su propio chocolate. Se lleva, pero no se aguanta. Como opositor, se cansó de azuzar a la ciudadanía contra el gobierno, pero ahora le enfurece toparse con una oposición que lo cuestiona.
Ante las críticas, en su impotencia por adaptar la realidad a sus deseos, López Portillo retiró publicidad a medios. Fue el famoso “no pago para que me peguen”. López Obrador ha sido todavía más audaz (o patético), planteando que sus críticos deberían pagar por pegarle. Porque, claro, AMLO no puede concebir que alguien lo pueda cuestionar con sinceridad. Solo puede entender esa crítica con un (sucio) pago de por medio, porque el Señor Presidente lo que merece son halagos, aplausos y hasta ovaciones de pie. Una vanidad y arrogancia que hasta superan las de su antecesor.
Su más reciente invectiva fue contra un grupo de intelectuales que plantearon la necesidad de tener una oposición unida y fuerte en 2021. López Obrador proclama que esas personas avalaron fraudes electorales en el pasado reciente, y por ello no son demócratas. López Portillo siempre cargó con la sombra de haber ganado sin oposición (fue candidato presidencial único en 1976). AMLO sigue empecinado en ganar la elección de 2006, en tratar de reescribir esa historia que le dio un formidable revés. Incapaz de ganar donde perdió, se muestra incapaz de gobernar cuando ganó, mostrándose como mal perdedor y peor triunfador. Porque López Obrador no gobierna, sino que habla (sin parar en mañaneras, mensajes, informes y discursos), se pasea y se pelea.
Una de las profundas ironías del Presidente es que dice ser un amante de la historia de México, como de hecho era López Portillo. Pero AMLO lee sin aprender, de la misma forma que oye sin escuchar o habla sin entender. Su incapacidad de entender la historia hará que la repita. Será, como López Portillo, un Presidente nefasto.
Columna Econokafka de Sergio Negrete Cárdenas/El Financiero
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