Hay que analizar con detenimiento lo que acaba de suceder con la medalla Belisario Domínguez porque es mucho más profundo de lo que parece. Le recuerdo: la Belisario Domínguez es una de las condecoraciones más importantes que existen en México, un premio que otorga el Senado de la República a personas verdaderamente excepcionales como Rosario Ibarra de Piedra y Jaime Sabines. La Belisario Domínguez es una medalla de un peso tan grande que se entrega en una ceremonia solemne a la que no sólo asisten nuestras senadoras y senadores. Acude el mismísimo Presidente de la República.
Este año, esta medalla se le entregó a la Maestra Ifigenia Martínez Hernández. ¿Por dónde quiere que empiece a elogiar a esta gran mexicana? Doña Ifigenia fue una pieza fundamental para la construcción de todos los cambios políticos y sociales que hemos tenido en este país hasta llegar a la actualidad.
Sin ella, para acabar pronto, jamás hubiéramos llegado a la Cuarta Transformación. Y es mujer. ¿Ya se puso a reflexionar en lo que el hecho de que le hayan dado la Belisario Domínguez representa en un contexto tan preocupado por las cuestiones de género como el que tenemos en la actualidad? ¿Y qué pasó?
Pues que Andrés Manuel López Obrador decidió no ir a la ceremonia para evitar roces con la senadora Lilly Téllez. Es tristísimo para la Maestra Ifigenia Martínez Hernández, tristísimo para la Cámara de Senadores, tristísimo para las mujeres y tristísimo para este pueblo urgido de inspiración. ¿Qué fue lo que en verdad pasó aquí? Si algo ha caracterizado a nuestro Presidente desde siempre ha sido su profunda valentía.
Al señor no le interesa andar sin los cuerpos de seguridad que tenían los presidentes de antes. Si lo insultan en los aviones, escucha. Si interceptan su auto en las carreteras de Chiapas, se aplica. El mensaje siempre había sido muy claro: el que nada debe, nada teme.
¿Por qué escuchar a la gente de los aviones y no a Lilly Téllez? ¿Por qué aplicarse ante los manifestantes chiapanecos y no ante esta senadora del PAN? Sí está raro porque, con todo respeto, Lilly llegó hace poco al mundo de la política.
Ella no es una figura de la vieja guardia, una de esas políticas que con su trayectoria pueden poner a temblar a propios y extraños. Cualquiera podría suponer que un monstruo sagrado de la política como López Obrador, con dos frases, sería capaz de aniquilar a Lilly, pero no.
¿Qué pasó aquí? ¿Qué tiene Lilly Téllez que no tienen los demás? ¿Acaso ya se cansó el Presidente? ¿Ya no va a tener la misma disposición para escuchar a los demás? ¿Le dio flojera? ¿Dejó de ser humilde? ¿Tiene algo en contra de la maestra Ifigenia? ¿Por qué otros presidentes como Enrique Peña Nieto, a sabiendas de que los iban a confrontar, fueron a esta misma ceremonia y lo soportaron todo y él, no?
Esto que sucedió es un gran punto para la oposición en México y uno todavía más grande para Lilly Téllez porque lo que ella está haciendo no es muy diferente a lo que, en su momento, hicieron personalidades que llegaron muy alto como Vicente Fox. Hay que analizar con detenimiento lo que acaba de suceder con la medalla Belisario Domínguez porque es mucho más profundo de lo que parece. Aquí pasó algo. Aquí podría pasar más.
Columna de Álvaro Cueva
Milenio
Foto: Senado
cdch
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