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Jueves, 28 de Marzo de 2024

El Balas, la voz de un ilegal

27 Abril, 2016

Yamel Thompson

La Llegada

Son las 7:36 de la mañana, el cielo es menta con lavanda y la calle huele a aceite viejo. A lo lejos suena “La guaracha sabrosona” y, de repente, me siento en México.

La canción, y supongo que el olor también, viene del taller Moctezuma que está del otro lado de la calle. Estoy sentada en la banqueta cuando le toca el alto a un auto verde metálico, adentro hay un hombre afroamericano que escucha alguna canción de rap que no conozco. Es el amanecer de East Austin, la colonia que comparten afroamericanos y latinos, casi todos mexicanos, en Austin.

Adentro del Moctezuma un hombre con gorra roja y jeans con manchas cafés se mueve acomodando cosas adentro del garaje del taller. Una camioneta pickup blanca se detiene y de ahí se baja José, con una gorra estilo snapback roja que dice  YOLO y abajo la leyenda You only live once.

- ¿Llevas mucho?

Como 10 minutos, le digo. José Mora Barrera, “El Balas”, tiene 22 años. Es un inmigrante ilegal de Morelos que lleva poco más de cuatro años interrumpidos viviendo en Austin, Texas.

A él lo conocí en enero de 2013, yo estaba esperando el camión y él en su hora de descanso, fumaba un cigarro afuera de Chapala, el restaurante económico donde trabaja de cocinero donde yo a veces iba a comer. Desde entonces, si nos veíamos, nos saludábamos o platicábamos un poco. Siempre me interesó su historia pero nunca le había preguntado nada.

- Yo llegué aquí por… más que nada por el motivo de la delincuencia que se vivía allá, fui involucrado mucho en eso.

Me cuenta mientras se pone la camisa roja de Chapala, encima de su camiseta negra. Saca un llavero que tiene un peluche pequeño y desgastado del Pato Donald y cuatro llaves distintas. Abre la puerta y entramos a la cocina del restaurante.

Cuando tenía siete años su hermano mayor, Nacho, se fue a California. Ese mismo año su otro hermano lo alcanzó. Después, el hermano que le quedaba y su papá se cruzaron también. José, el más chico de los hombres, su mamá y su hermana menor eran los únicos que quedaban en Morelos.

- Conocemos un coyote que es… primo de mi cuñada, él fue el que nos trajo a todos. De hecho la última vez él mismo me trajo. Él vive con nosotros también.

“El Balas” empieza a acomodar trastes que están en el escurridor  y los pone en estantes de metal que están a su derecha. Yo lo ayudo.

- Es que hoy me tocó abrir y el que abre recoge lo que quedó de ayer.

Una señora panzona con un diente frontal plateado toca la ventanita de la puerta, “El Balas” le abre, entra y no nos hace mucho caso. Se pone a trapear. Se llama Sonia.

- Cuando mis hermanos se vinieron dije: “chale ahora cómo le voy a hacer para comprarme zapatos, tenis, ropa”. Una vez les dije “mándenme unos tenis, ¿no?”, pero me contestaron que no porque fue cuando me salí de la escuela, en segundo de secundaria, dejé la escuela.

Se escuchan voces en el restaurante, una chaparrita morenita y sonriente, con los ojos pintados con sombras moradas, entra por la puerta principal del restaurante y nos saluda. Con ella viene un tipo alto medio gordito con un paliacate negro en la cabeza.

- Yo no tenía dinero, les pedía a mis hermanos y no me daban, decían que me lo iba a gastar mal.

- ¿Ahora trajiste a tu novia, “Balas”? Dice Mariana, la chaparrita sonriente.

Brandon se llama el que viene con ella, es su novio. Trabajan de meseros. Se ponen los mandiles verdes y empiezan a barrer el restaurante. “El Balas” se ríe y dice “no” en voz bajita.

La tentación

- A los 13 empecé a trabajar. Vendía pinturas de esas de Comex. Duré como tres o cuatro meses pero ya no me gustó, ganaba bien poquito, quinientos o seiscientos a la semana. Fue un día que estaba ahí tomando, en una tienda que le decimos “La esquina” que llegó un amigo que me conocía desde chiquito. Me saludó y me dijo que si le hacía un favor. “Oye ¿llévame este carro allá no?, hazme paro”. “¿A dónde?”, le digo. “Nomás aquí al mercado”. Pues órale, le digo y ya me subí al carro y olía bien feo. “¿Oye a qué huele tu carro?, Lleva la cajuela toda llena de mota”… ¡Chale! Y me dice, “¿vas a hacer paro o no?”, y le digo sí.

Ya de regreso me dio dinero, me dio lo que ganaba en una semana, 800 pesos. “No, no así está bien”, le digo y me dice “no güey, es trabajo, es chamba”. “¿Qué me estás ofreciendo chamba o qué?”  “No güey… si tú quieres. Pero a ti yo no te ofrezco nada. Yo a nadie aviento a la lumbre. Porque aquí se quema uno”.

“El Balas” termina de acomodar los últimos vasos en los estantes, camina al refri y empieza a sacar y acomodar varios contenedores, grandes, de plástico, en la barra metálica donde cocinan. Uno con tomates, otro con cebollas, otro con chiles, otro con queso, champiñones, jamón. También saca unas tortillas de harina pero más delgadas y muy largas, “burras”.

- Ahí fue donde a mí me gustó, 800 pesos nomás para ir a dejar un carro. Pues así empecé. Me dejaban manejar sus coches, tenían un BMW, en ese entonces del año 2006. Mi mamá me vio un día manejando y ahí fue donde no le empezó a gustar.

El piso de la cocina es de mosaicos grandes amarillo mostaza, con rombos en medio de color naranja ladrillo. Las paredes son color crema. Una tele chiquita  y plateada cuelga en la esquina junto a la estufa más grande, hay dos, y encima del refri hay una grabadora roja con bocinas negras. Todo lo demás es de metal: los estantes, los lavaderos, la barra, los refris.

En la barra, “El Balas” empieza a partir los jitomates. Lo hace muy rápido mientras platica conmigo, yo lo veo preocupada, pensando “no se vaya a cortar”.

- Mi mamá trabajaba todos los días, yo regresaba a las doce o una y yo le decía “estuve con mi novia”, pero después ella se empezó a dar cuenta y habló con mis hermanos, entonces ellos hablaron conmigo: “no la verdad pues sí, pa’ que se los niego. No estoy orgulloso de eso pero pues fue lo más fácil que encontré”.

Un señor chaparrito con la nariz puntiaguda entra a la cocina, tiene la frente marcada, muy arrugada, como tronco de madera. En el dedo índice tiene un anillo dorado con un escudo. Es muy orejón. Me ve asombrado y luego me saluda.

- Es don Picho, el novio de doña Sonia. - Me dice “El Balas”.

-¿Qué pasó? - Dice don Picho, jugueteando.

“El Balas y don Picho se ríen. Doña Sonia ni voltea. Está doblando las “burras” que sacó el Balas. Don Picho se pone a picar comida junto a Balas.

- Robábamos a los bancos, a las panamericanas. Mirabas mucho dinero, lo máximo que llegué a ver yo fue un millón y medio. De nada me sirvió. Una vez me dieron mucho dinero, me dieron 100 mil, pero dicen que lo del agua al agua… ese día choque, me agarraron y hasta cárcel pagué porque habían dejado pistolas en el carro.

-¿Ahí cuántos años tenías?

-Tenía dieci… como quince… ¡quince! Ahí ya tenía quince.

“El Balas” habla lento, su voz es ronca y con un acento cantadito, como del norte de México, aunque es de Morelos.

Se limpia la frente con el mismo trapo con el que limpia la barra en la que picó las verduras. Camina y le da contenedores vacíos a Doña Sonia.

El Desayuno

- Pero en ese entonces yo me acuerdo que por ahí sí había delincuencia, pero no como la que está ahorita. Ahorita ya matan, te cortan la cabeza, las manos y todo. Antes nosotros no hacíamos eso, era lo que era, dedicarse a robar y nomás. Nomás a los que tenían, no le hacíamos daño a la gente ni nada. ¿Tienes hambre?

- Más o menos.

-Voy a hacer unos chilaquiles antes de que empiece a llegar gente. ¿Te gustan los chilaquiles?

- Sí. ¿Cuáles son más picosos?

- Rojos. Voy a hacerlos rojos.

Son las 9:07 a.m., en el restaurante ya hay tres o cuatro meseras más además de Mariana y Brandon. No me di cuenta del momento en que llegaron. Son dos señoras.

“El Balas” sigue contando su historia, en voz baja, pero doña Sonia y don Picho pueden escucharlo. A lo mejor ya se la saben, a lo mejor tienen historias parecidas.

- Al terminar de asaltar guardábamos pistolas y ya cada quien a su casa. Antes los sicarios mataban: un balazo, dos balazos en la cabeza y ya estuvo. Ahorita no, ahorita ya torturan.

Le echa queso amarillo, de hamburguesa, a los chilaquiles. No se ven nada ricos, parecen nachos.

Me cuenta que le dieron un carro. Que ganaba más dinero del que usaba. Casi no me voltea a ver cuando habla.

- Tuve un carro, me dieron un Jetta negrito, y me iba con mis amigos a los tables. Los invitaba a los table, todos ahí íbamos. Estábamos bien chamacos, una bola de huerquillos de 15 y 16 años.

Balas empieza a recordar, y  me cuenta.

- No, no. No pueden pasar.

- ¿Cómo que no podemos pasar? Ten, deja pasar a todos.

- Le sacaba uno de 500 y nos dejaban entrar siempre.

- ¡No manches y ora qué?

- ¡Pues no que querían ver viejas?

- Sí pues. ¿Y qué pedimos?

- Lo que quieras, pidan lo que quieran.

- En una noche me gastaba un chingo de varo, no  me importaba. Me valía. Ya después  cuando me salí de todo eso pensé pa’ que tire todo el dinero, pa’ que me lo gasté todo. Namás en mis amigos me gastaba invitándoles.

“El Balas” está recargado en la estufa mientras estamos esperando los chilaquiles. Los metió al horno para que se derrita el queso.

- También le llevaba toda la despensa de la casa a mi mamá, como quiera mis hermanos le mandaban dinero.

Él y yo nos comemos los chilaquiles que parecen nachos. Nos sentamos enfrente de la barra. El restaurante tiene tres mesas ocupadas. A lo mejor no hay tanta gente porque es miércoles. Ya van a dar las diez.

Mariana me trae un agua de jamaica, le pregunté si era natural y me dijo que sí. Sabe tan artificial que me pica la garganta, sabe a colorante con jarabe. Y yo que quería algo fresco.

Otra vez me agarraron porque entraron al banco y salieron, yo siempre manejaba, yo era el que manejaba, entonces ese día me agarraron. Pero fue una como… una como para decirles la verdad, una tortura se podría decir ¿vea? Pero no me sacaron nada. Ya al último me dejaron ir, todo golpeado vea, pero me dejaron ir.

“El Balas” no habla con la boca llena, se espera hasta pasar la comida. Mastica lento. En la tele hay un comercial de Nescafé con Ricky Martin.

Entre los chilaquiles de “El Balas” y el agua “fresca” de Mariana pienso que ya se agringaron y que su concepto de comida mexicana es puro tex mex. Él no lleva tanto tiempo aquí, Mariana me dijo que a ella se la trajeron desde niña.

“El Balas” regresa a su historia. Tenía 18 años, el susto de la policía le había roto una costilla. En su casa se sentía solo, su mamá trabajaba todo el día y a su hermana la cuidaba una tía que vivía cerca.

Recoge mi plato y el suyo, lo sigo de regreso a la cocina. Le digo que yo le ayudo a lavar y me deja. Él  agarra un papelito blanco que dejaron frente a la barra que dice “3 B”. Tacos, un cheese, unos beans, un potatoe, y se pone a cocinar.

Doña Sonia jala un banquito, sube y prende la grabadora que está arriba del refri.

Hay un mueble de madera a la esquina de la freidora, escondido, que tiene un altar: una figura de la Virgen hecha de plástico y brillantina, una veladora apagada, una cruz y otras imágenes de santos que no reconozco.

Del mueble, doña Sonia abre el primer cajón, hay varios discos, saca un uno. Hace mucho no veía a alguien poner música con un disco. Regresa al refri grande, se sube al banquito, otra vez, y pone el disco.

Es música norteña, “es banda”, me dice doña Sonia cuando le pregunto quiénes son. Doña Sonia regresa a lavar trastes. Don Picho fríe “chips” que para mí son totopos, pero todos así le dicen.

- Antes de venir platiqué con un chavo que sí me quería un chingo, él me dijo: “no güey, ta’ bien que te vayas, aquí ya nomás te vas a echar a perder”, dice,  “yo sé que te gusta el dinero pero no es forma de ganarse la vida, así como estamos nosotros. Yo lo hago más que nada porque ya tengo harta familia, pero tú apenas estás chavo, mejor vete pa’llá con tus hermanos, güey”… lloró mucho cuando me vine.

Cuando “El Balas” regresó a México, deportado, le contaron que habían matado a su amigo una semana antes de que él llegara.

- Fue el que más me quería, y lo mataron al bato.

“El Balas” voltea a verme, por primera vez en toda la mañana. Asienta con la cabeza y se queda callado un rato. No me está viendo a mí, tiene los ojos en mí pero está recordando.

- Me acuerdo que me dijo él: “si algo me llega a pasar ahí te encargo a mi familia”, y le digo pues es que yo no puedo hacer nada con tu familia… De hecho le hablo a los chavos, a sus hijos, tendrán como unos doce y trece años ahorita, apenas. Su esposa también, me habla y me saluda. Me dicen que ya me vaya, los chavos: “¡ya vente, Balas!” dicen, es que como dejo hartos negocios “para que te hagas cargo aquí de los negocios de mi papá”. Le digo no güey… no.

“El Balas” vuelve a hacer una pausa.

- No, yo ya no pienso regresar ni a esa colonia ni a ningún lugar vecino de por ahí. Porque la última vez que fui, me acuerdo, ya los chamacos en moto trayendo pistolas… No, ya no.

Toma otro papelito blanco y se pone a cocinar. Don Picho prende la tele. Hay una telenovela, se ve que es de los noventa.

Los sueños

La música de la grabadora, el aceite hirviendo en la freidora, la tele prendida, los golpes de “El Balas” con el cuchillo en la barra, todos estos ruidos me dan la impresión de que son una paisaje sonoro que refleja la vida de José Mora, “El Balas”, donde ningún sonido se distingue del otro, donde no se está en algún lugar sino en muchos.

Aturdimiento, ganas de pertenecer sin saber a qué quiere pertenecer. A lo mejor nada más ganas de no sentirse solo.

- La primera vez que me vine no valoré mi vida aquí hasta que me deportaron. Fue allá en México que la valoré. Ahorita que estoy aquí otra vez, trabajo, guardo mi dinero, ¿me entiendes? Ya guardo dinero.

- Ahorita ya que regresé aquí ya pienso hacer una vida diferente. A ver qué pasa más adelante… tengo muchas metas pero todavía falta cumplirlas.

- ¿Cómo qué?

- Una casa… algo así como rancho, algo libre, algo natural. Porque eso de la ciudad… Sí me gusta y sí es lo mío pero ya no quiero. Siento que, con tanta delincuencia que hay en la calle, siento que voy a caer otra vez. Además se mira bonito cuando las casas están entre los cerros. Cuando amanecía olía el sereno así, a tierra. En Morelos olía a carro y gasolina.

“El Balas” sonríe recordando. 

- Ahorita gano, pues no mucho verdad, 60 dólares por día, pero como quiera no hago nada. Pero aquí tan siquiera si te pasa algo se hace justicia y allá en México si te moriste pues te moriste y ya. Siento que aquí estoy mejor.

Ilegal sin suerte

De repente veo el reloj y ya son las doce. No hay gente. Don Picho y “El Balas” ven la tele, yo le pregunto si le dio miedo venir de “mojado”.

- La primera vez que crucé pa’cá me vine aquí a Nuevo Laredo, ahí estuve un rato con el primo de mi cuñada.

- Salimos hoy en la noche, hoy cruzamos en la noche

- ¿Cómo vamos a cruzar en la noche el río?

- La casa estaba bien cerquita del río y me asomaba en las noches, no se miraba nada. Todo oscuro.

- No, yo no me cruzó de noche. Yo no paso ahí.

- Entonces ya me dijeron que en la mañana  y en la mañana pasé. Como a las ocho o nueve de la mañana. Pasamos en unas cámaras de llanta, iba yo, luego otro y luego otro. Íbamos como seis.  Las llantas iban amarradas  y el guía iba jalando todas las llantas, me acuerdo que volteábamos a ver hacia arriba, hacia el puente, y toda la gente que pasaba nos volteaba a mirar.

“El Balas” empieza a sonreír y deja de ver la tele.

- Me acuerdo de hartos patitos que había, todavía le di un zape a uno. Después de cruzar el río me dijeron “tú no te preocupes, tú ya estás aquí, aquí no te hacen nada”.

- Pero cómo no me van a  hacer nada si estamos en la frontera.

- Tú no te preocupes, tú compórtate como un chicano y ya.

- Yo no sé cómo se comportan los chicanos.

- Nomás no hables y camina así como tú caminas y ya.

- Fuimos, me corté el pelo, me compré unas gorras, unos zapatos. Me ayudaron pues, a vestirme al estilo chicano. Entonces ya pasamos oficinas de migración por ahí, y miramos migración y todo… tengo una foto con migración y todo, con las patrullas de fondo. Miré a los de migración y como si nada.

- Ahora sí tienes que sudar porque vamos a pasar el Check Point.

- En carro pasé el Check Point.

- ¿Ves el reloj ese que se llama “Citizen”?

- Sí.

- Pues así les tienes que decir tú y ya. Pero dices “ci-ri-sen” no “ci-ti-sen”

- ¿Cómo cirizen o citizen?

- Aja sí, tu nomás les dices “ci-ri-sen”, te van a preguntar, tú nomás diles “cirisen” y ya.

- Ya que me preguntan “¿cirizen?” y yo “yeah”, ya me llevaron a Phlugerville porque mi patrón estaba jugando allá, entonces me lo presentan y me dice, “a ver chamaco cabrón ¿tú eres el que va a trabajar conmigo?”. Y yo dije “ay este güey está loco” pero así habla. Y ya le digo “sí” y ya mi hermano me dejó con él. Es muy buena onda mi patrón. Es de Jalisco.

- ¡Hola ilegal sin suerte!

Nos interrumpe “Rulas”  que entra a la cocina. Un hombre como en sus treinta, pelón.

Es cambio de turno. “El Balas” y yo caminamos por la  puerta de la cocina al estacionamiento, las 12:30 p.m. Platicamos un rato más de lo que no extraña de México y lo que yo creo que voy a extrañar.

La pick up blanca toca el claxón, es la prima de “El Balas”. Nos despedimos y se sube. La prima ni me voltea a ver, trae unas uñas largas postizas y se ve enojada. Arrancan y se van.

Me siento a esperar a que pase el camión. Los del taller Moctezuma siguen con la música a todo volumen, “El triste” de José José.

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