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Jueves, 25 de Abril de 2024

Hemos de desear la enmienda por amor, y no la venganza por odio

25 Junio, 2016

Jesús envió mensajeros a una aldea, pero no quisieron recibirlo. Así ha sucedido hasta el presente; algunos no han querido recibir el Evangelio, y no han permitido que Jesús permanezca con ellos en su vida personal, familiar y social, en su noviazgo, en sus ambientes de amistades, de estudios y de trabajo, en la vida política, económica, cultural y recreativa. Le rechazan, pensando que solo es un ideólogo cuya doctrina no es práctica. Que eso de creen en Dios es pura ignorancia. Que ir a la iglesia y hacer oración, además de incómodo, es perder el tiempo. Que las definiciones morales que la Iglesia –mensajera de Cristo- ofrece, son subjetivas y que deben por tanto, reducirse al ámbito de lo privado, sin repercusiones concretas en la vida “real”.

“Señor ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”, preguntan indignados sus discípulos ante el rechazo de los samaritanos. Quizá sería la misma pregunta de algunos cristianos de hoy, frente a los promotores de una cultura que desprecia la vida, y que, reduciendo al ser humano a simple material biológico, le invita a negar la verdad, a creer que las cosas son como cada uno “sienta”, y a no preocuparse más que en consumir experiencias agradables y placenteras, y llenarse de cosas sin más horizonte que el “aquí y ahora”. Sin embargo, Jesús enseña a sus discípulos que, “cuando anunciasen la celestial doctrina, debían estar llenos de paciencia y mansedumbre”, como señala san Cirilo.

Cristo manifiesta que “la verdadera virtud no es vengativa, y que no hay verdadera caridad donde existe la ira”. Que “no debe repudiarse la flaqueza humana, sino que debe ser confortada”. Por tanto, hemos de desear “la enmienda por amor (y) no la venganza por odio”, cometa san Beda. Seguir a Jesús por el camino de una vida plena y eterna, requiere entrar en la dinámica de su amor. Es lo que responde a quien le dijo que le seguiría a donde quiera que fuera; “Las Zorras tiene madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza”. Esto significa que quien quiera seguirle, debe renunciar a lo irracional, para vivir en la libertad de la verdad y del amor, aunque a veces esto exija sacrificios.

Cristo nos ha liberado. Conservemos esa libertad

“Cristo nos ha liberado. Conserven pues la libertad”, dice san Pablo. Jesús, que a precio de su sangre nos ha liberado del pecado y nos ha hecho hijos de Dios, nos invita a seguirle por el camino de una vida plena y eterna. ¿Qué le respondemos?. Uno le dijo: “Señor, déjame primero enterrar a mi padre”, esto es: “dame tiempo para disfrutar mi juventud, gozar de los placeres, tener dinero y luego te sigo”. Ante esto, Cristo replica: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tu ve y anuncia el Reino de Dios”. Así nos enseña que únicamente prefiriendo “las cosas espirituales, aun a las más necesarias”, conservaremos la libertad que nos ha regalado. Por eso hemos de dejarlo todo inmediatamente por Él, advertía el Papa Juan Pablo II.

Otro, seguramente fascinado por Jesús y su doctrina, le dijo “Te seguiré; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Se siente atraído por Cristo, pero tiene el corazón dividido; antepone a la enseñanza de Dios sus propios intereses y los criterios de la sociedad en la que vive. Lo mismo puede sucedernos cuando, diciéndonos cristianos, cedemos a la dictadura del relativismo, acomodando la fe, la liturgia y la moral a la opinión de la mayoría. “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el reino de Dios”, afirma Jesús, manifestando que su soberanía divina le permite exigir una entrega absoluta a su persona. El que pone su mano en el arado “debe perseverar y completar su obra… confiando en… Dios”, comenta el Papa Benedicto XVI. Tagore, decía: “¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros!... deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico”. Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Esta debe ser nuestra actitud hacia Jesús, que nos enseña “el camino de la vida”.

Cuando Eliseo escuchó la llamada de Dios por medio de Elías, respondió con generosidad y prontitud. También supo hacerlo santa María Goretti. Por eso, cuando siendo adolescente un joven vecino, Alessandro Serenelli, trató de seducirla, fue capaz de morir antes que pecar.

Agonizando en el hospital, tras consolar a su madre, dijo “perdono a Alessandro por el amor de Jesús, quiero que él también venga conmigo al paraíso”, y partió al Cielo. Ella comprendió que quien empuña el arado no debe mirar hacia atrás. Ojalá nosotros también lo hagamos.

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