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Viernes, 29 de Marzo de 2024

Deportación exprés, un shock familiar

28 Septiembre, 2018
Érika Nieto

Las cifras de paisanos migrantes deportados por la autoridad migratoria norteamericana por tierra o por aire, son el pan de cada día en la frontera, ahora la variante es que el nuevo gobierno está deportando parejo y en los números también se incluyen a indocumentados que no tienen perfil de criminales.

Esa es la cara más conocida de la deportación de migrantes, los números. Pero hay una cara más dura, más difícil de enfrentar y que puede ser muy dolorosa, la que enfrentan todas aquellas familias que permanecieron en México mientras su familiar trabajaba en Estados Unidos.

Familias enteras que solo sabían de su pariente por teléfono, ahora por redes sociales o hasta videollamadas, pero que, durante años, a veces por más de dos o hasta tres décadas, no durmieron bajo el mismo techo, no compartieron los mismos alimentos y tampoco compartían las mismas calles, amistades y hasta emociones o problemas.

Y que de repente, un día, sin esperarlo vieron como su familiar era regresado a la fuerza, en contra de su voluntad porque fue detenido e inmediatamente deportado a su comunidad de origen.

Nadie lo dice, solo en secreto se habla de ello, muy por encima, pero la realidad es que para una familia que durante más de una o dos décadas no tuvo presente a su esposo, hijo, padre o madre a sabiendas de que, cientos de kilómetros los separaban, tenerlo de regreso en casa con el ánimo derrotado por una deportación no es nada sencillo.

Mucho menos para quien vivió en un país completamente diferente a México, que se acostumbró a otro idioma, a otro estilo de vida, a una dinámica laboral muy activa, a saber que si trabajas hay dinero hasta para enviar a la familia, aprendiendo a sobrellevar la dura soledad con el paso del tiempo hasta acostumbrarse a ella.

Adaptarse no es nada fácil. La migración rompe con la armonía de la familia, los esposos dejan de convivir como pareja tanto tiempo que no siempre se puede volver a empezar. Los hijos sin la presencia del padre o de la madre no sienten el deber de pedir permiso, de dar explicaciones, de compartir momentos.

Es injusto para el paisano recién deportado saber que aquella familia que alimentó durante los largos años que pasó trabajando en Estados Unidos no sabe ahora que hacer con su presencia permanente en casa después de tanto tiempo de ausencia.

La deportación exprés que están sufriendo miles de indocumentados es un shock tremendo para ellos y para sus familias. Es un mar de sentimientos encontrados.

La economía familiar ahora no es la misma y se ve presionada ante la pérdida de los dólares que semanal o mensualmente llegaban. Por lo mismo, muchos migrantes deportados, no resisten tanto tiempo y toman la difícil decisión de llamar al pollero y de cruzar nuevamente la frontera. Están más acostumbrados a los jefes gringos, a los dólares, a las jornadas de 8 horas, a que si pierdes un “jale” encuentras otro rápidamente, a la vida en el otro lado.

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