Se ha comenzado a escribir la historia de estos días. No es la historia con la que el presidente López Obrador habría soñado. En esta historia, su nombre no queda escrito en letras de oro. Es el relato de un desastre acelerado por una mala gestión.
Desde el día uno, la respuesta del mandatario consistió en restarle importancia a la pandemia: “Hay que abrazarse, no pasa nada”, “No es, según la información que se tiene, algo terrible, fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”, “No vamos a tener problemas mayores”, “En España han muerto más que en México…”.
Las consecuencias están a la vista. Ni el sistema de salud ni la población estuvieron preparados para enfrentar el mal. La primera víctima de la “tardía e ineficiente respuesta de las autoridades” fue el personal sanitario: el 21% de los contagios ocurrió precisamente en ese sector, donde las muertes son “más del doble que Brasil, el triple que Perú y cinco veces más que China o el Reino Unido”.
“A pesar del control que (el gobierno de AMLO) tiene sobre el Congreso, no sacó un fondo de emergencia para afrontar esto. Se echó por la borda el periodo de gracia que nos dio la pandemia antes de llegar al país, y las compras de equipos médicos se hicieron con un mercado ya muy competido y con los dedos en la puerta”, explica el doctor Alejandro Macías, jefe de Control de infecciones del Instituto Nacional de Ciencias Médicas, “Salvador Zubirán” entre 2004 y 2014, y actual encargado del Área de Microbiología y Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Guanajuato.
Especialista en Infectología, el doctor Macías fue, hace una década, Comisionado Nacional para la Atención de la Influenza en México. Hoy se ha convertido en una de las voces más críticas y autorizadas en el tema del manejo de la pandemia: “Se echó también por la borda una de las grandes fortalezas del sistema de salud mexicano —explica—. Existe el Instituto Nacional de Referencia Epidemiológica que tiene como satélites a los laboratorios estatales de diagnóstico de salud pública en todos y cada uno de los estados. Yo siempre supuse que se iban a hacer en México muchas pruebas para detección temprana, búsqueda de contactos y aislamiento. No se hizo”.
Según Macías, “tampoco se afinaron con tiempo las terapias intensivas que México tiene, para preparar al país para la pandemia. Eso ocasionó que, aunque había camas en los hospitales, el cuello de botella fuera la entrada a terapia intensiva. De ese modo mucha gente fallece sin siquiera haber podido tener acceso a una terapia”.
“Las pocas pruebas que se hicieron también tuvieron como consecuencia que las inferencias del problema fueran muy inexactas: se proyectó mal la intensidad de la pandemia, las muertes esperadas y la duración. El pobre acceso a pruebas –sigue el doctor Macías—también trajo como consecuencia que mucha gente con la enfermedad no tenga ni diagnóstico ni oportunidad de evitar contagiar a su familia.
Muchos de los que fallecen tampoco tienen un diagnóstico en vida y entonces muchas muertes no se reflejan en las estadísticas oficiales. Cuando conozcamos los datos del exceso de mortalidad, nos vamos a sorprender: serán muchos más de los que pensamos”.
El gobierno de AMLO, según el médico, ha hecho caso omiso de las evidencias. “Hablan de la inutilidad de hacer pruebas como si no existiera Corea del sur, Vietnam o Paraguay. La evidencia es contundente al respecto del uso de la mascarilla y se han resistido a promoverla y a que la use el propio presidente como una imagen para la motivación de todos”.
Con casi 44 mil muertes confirmadas hasta ayer, las claves para detener la epidemia no son precisamente las que está siguiendo el gobierno: más pruebas de detección y rastreo de contactos y uso de mascarilla.
Hace unos días, Signos Vitales, organización de la sociedad civil, que recopila información fidedigna “para diagnosticar, con un buen grado de certeza, el estado en que se encuentra el país”, presentó un informe estremecedor: La Pandemia en México. La dimensión de la tragedia.
Es la dramática relación de todo lo que hasta hoy hemos presenciado: una narrativa oficial sembrada de mensajes contradictorios (el presidente subestimando el peligro, las autoridades de salud presentando medidas que no son atendidas, ni siquiera, por el mismo AMLO) y un monitoreo de la epidemia a través de un muestreo limitado y no representativo, que creó un subregistro de casos y muertes cuyas dimensiones apenas estamos atestiguando.
“No se aplicaron medidas de distanciamiento social a tiempo ni de manera estricta, ni se evitó la proliferación de los contagios. Se consideró que esto atentaría contra la actividad económica. El gobierno se rehusó a otorgar ingresos a las personas para quedarse en casa. Sin ese sustento para las familias era imposible que millones de personas pudieran observar distanciamiento social y continuaron saliendo”, se lee en ese informe.
Las defunciones han aumentado de manera descontrolada. A finales de junio sumaban 27 mil. En 30 días hubo 17 mil muertes más.
Según el reporte de la ONG, el panorama económico y social es igualmente desolador. El PIB caerá por encima del 8%. La recuperación será tan lenta que “se avizora una década perdida”.
En mayo pasado, 12 millones de mexicanos se quedaron sin ingresos. 12.2 millones de personas de la clase media caerán en pobreza. Para fines de 2020 la cifra de pobres habrá aumentado a 95 millones.
El presidente que sueña con la Historia pasará a formar parte de esta, pero no como hubiera querido. La mala gestión de la pandemia, su negativa a corregir el rumbo, el dolor de decenas de miles de familias mexicanas, la pobreza en niveles nunca vistos, lo dejarán marcado.
Columna de Héctor de Mauleón
El Universal
Foto: Archivoe
cdch