El clima bajo el que iniciará el año el sector empresarial y el gobierno López Obrador estará envenenado por un desgaste que acumula ya dos años y el estancamiento económico impuesto por la crisis sanitaria. Una indispensable reforma fiscal prevista después de las elecciones agravará el pronóstico de tormenta en un horizonte de suyo borrascoso.
Estas variables estarán aderezadas durante el año a punto de iniciar con un discurso colocado sobre la mesa desde el inicio de la actual administración. Resulta singular descubrir —o recordar— que en sus líneas centrales se está exhumando el mismo debate de hace 50 años, durante el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976).
Bajo esta perspectiva, los cambios decretados en las semanas recientes sobre el gabinete López Obrador serán considerados en perspectiva como preparativos para el uso de retazos del pasado con un barniz superficial de transformación. Estará por verse si Palacio Nacional, pero en particular el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, soportan las presiones de un país mucho más complejo del que existía hace medio siglo.
En pocos temas como el económico la agenda López Obrador se asemeja más a los tiempos de Echeverría: la condena a la estrategia implementada en el pasado inmediato (entonces era el “desarrollo estabilizador”, ahora el “neoliberalismo”). Confrontación con inversionistas foráneos, amagos crecientes.
En pocos temas como el económico la agenda López Obrador se asemeja más a los tiempos de Echeverría: la condena a la estrategia implementada en el pasado inmediato (entonces era el “desarrollo estabilizador”, ahora el “neoliberalismo”). Confrontación con inversionistas foráneos, amagos crecientes sobre los capitales locales, enorme polarización. Aunque la lección no pueda ser más desalentadora: con Echeverría todo se sacudió, todo fue lastimado, pero no cambió nada.
En el 2021 quedará de manifiesto el desafío entendido desde la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940): la necesidad de fortalecer la autonomía y el margen de maniobra del Estado ante actores con peso propio, en este caso los barones del dinero, una de las obsesiones que ha acompañado toda la vida pública del ahora presidente del país. Cárdenas marcó un cauce subordinado —despojado de política — a los empresarios con la ley de cámaras para el sector, a mediados de los 30 (si bien la radical Coparmex existía desde 1929), lo que no le evitó una crisis recurrente, en especial con los grandes capitales de Monterrey, a los que en 1936 amagó con quitarles sus empresas si persistían con amenazas de paros.
Al General se le atribuía una “legitimidad mágica” (¿suena familiar?) entre una población que no llegaba a 20 millones de mexicanos, la mayoría de ellos campesinos. Esa misma facción de magnates lanzó 20 años después, en noviembre de 1960, una pregunta al rostro del entonces presidente López Mateos: “¿Por cuál camino, señor Presidente?”, para impugnar su declarado izquierdismo “dentro de la Constitución” (hasta Díaz Ordaz, secretario de Gobernación, se dijo “izquierdista” entonces).
La estampa histórica inevitable en estos episodios la sella el discurso de Ricardo Margáin Zozaya como representante empresarial en septiembre de 1973 (frente al féretro del asesinado Eugenio Garza Sada), condenando los llamados al “odio entre clases sociales” por parte del gobierno de Echeverría. El año por arrancar demostrará si hemos aprendido algo como país. O si estamos presenciando la misma película, con los mismos actores y cuyo final funesto conocemos de antemano.
Columna de Roberto Rock L.
El Universal
Foto: Especial
cdch