Es muy grave cuando en un país se fragmenta la conversación en cachitos. Me refiero a que en lugar de tener una sola conversación nacional en la que se expresa una diversidad de voces y opiniones a partir de hechos y datos concretos y verificables, se produce el ruido de intercambios tan numerosos, como los grupos interesados en colocar su propia información alternativa. Cada quien, entonces, es propietario de su propia verdad. Cuando en el foro público caben distintas realidades que no se sustentan en evidencia, estamos en problemas.
Permítanme referirme a la pobreza. Durante muchos años en este país se midió de maneras distintas. La realidad era una, claro, pero las interpretaciones y mediciones eran tan diversas, que era difícil tener una conversación ordenada sobre el tema. Teníamos metodologías de medición al gusto de los comentaristas o analistas, los cuales se alineaban a distintas discusiones. Así, era difícil formular una política pública coherente.
Los gobiernos anteriores se beneficiaban del río revuelto. Porque la medición estaba al servicio de sus intereses, no de la realidad.
Nos costó trabajo llegar a un acuerdo sobre cómo medir la pobreza. A partir de él, la conversación se ordenó. Éste es un hito en la historia de nuestras políticas públicas. Y no creo exagerar. Así, pusimos las bases para una sola conversación, pero que no implicó necesariamente consenso. Al contrario. Se pusieron sobre la mesa modelos distintos para abordar el problema. Surgieron disyuntivas: ¿Focalización o atención universal? ¿Transferencia de recursos o acceso a servicios públicos de calidad? Y toda la gama posible de grises y combinaciones, dentro de ese espectro del blanco y negro. Se generaron conversaciones con disenso, plurales. No las que se fijan desde el poder, con una sola interpretación de la realidad.
Dos instituciones son centrales en la medición de la pobreza y la evaluación: el Inegi y el Coneval. Estos órganos potentes del Estado mexicano se conformaron, curiosamente, en los años del 'periodo neoliberal', como lo llama nuestro presidente. Son potentes porque tienen la capacidad de asir la realidad a través de instrumentos técnicos y científicos. Y porque tienen a profesionales de alto perfil haciendo la tarea que tienen encomendada.
(Permítanme la digresión: si tuvieramos los mismos diseños y capacidades en otras áreas del Estado mexicano, como la seguridad y la justicia, otro gallo nos cantara.)
El Inegi provee la información que se origina de la Encuesta Ingreso Gasto de los Hogares (ENIGH) y el Coneval, con esta información, hace la medición de la pobreza. Esta medición es muy completa porque tiene un eje multidimensional que evalúa el acceso efectivo a los derechos sociales que tienen los mexicanos; también hace una medición a través de los ingresos. En este marco, por supuesto, han surgido algunos disensos. El gobierno de Peña Nieto insistió en que los instrumentos de la ENIGH subestimaban el ingreso y, de paso, los logros oficiales en la materia. El anexo de la ENIGH que hace el levantamiento de estas cuestiones se modificó a partir de esa inquietud. No obstante, no ha habido gobierno que dispute los resultados de la encuesta y de la medición que hace el Coneval a partir de ella. La pregunta es si esto se sostendrá...
Lo planteo porque el Coneval acaba de publicar una evaluación de la política social. El panorama que presenta es bien duro, porque en lo que va de esta administración se observan retrocesos muy grandes en el terreno que habíamos ganado. Por efecto de la crisis sanitaria y la económica subsecuente, se espera un incremento marcado en los niveles de pobreza del país. Es cierto que la pandemia alteró todos los parámetros, pero también es válido decir que la respuesta gubernamental debió haber mitigado los peores efectos de estas crisis, y no fue así. Los dejó pasar sin parar el golpe. Su proclama de 'primero los pobres' se verá enterrada por la realidad.
La pegunta es cómo reaccionará el presidente ante los resultados que presente el Coneval. Este mismo año elaborará una actualización de la medición de la pobreza y, por lo que se prevé, los resultados serán muy lamentables. Siempre existirá la crisis como excusa, pero no podrá evadir la responsabilidad que le corresponde en el incremento de hogares con inseguridad alimentaria, el retroceso en el acceso a derechos básicos y en el hecho de dejar en el desamparo a la población más vulnerable. Tenía en sus manos los instrumentos de política pública que le hubieran permitido intervenir; contaba (cuenta) con las mayorías legislativas con las que hubiera podido lograr los cambios presupuestales necesarios para prevenir las carencias en las que viven muchos hogares mexicanos.
¿Arremeterá el presidente contra las instituciones del Estado mexicano que tienen la capacidad de reportar la realidad o creará su realidad alternativa? Ojalá no regresemos al mundo en que cada quien proclama su cachito de verdad.
Columna de Edna Jaime en El Financiero
Fotografía Especial
clh