Una nueva etapa de campaña presidencial
Luis Donaldo Colosio nos había encargado a Samuel Palma, Cesáreo Morales y a mí preparar el primer borrador. Nos dio instrucciones muy claras sobre la estructura que quería, el diagnóstico de lo que había visto en el país durante sus recorridos de campaña, ideas precisas, el tono deseado, la propuesta de reformas. Se trataba del 65 aniversario del PRI, pero también se proponía iniciar una nueva etapa de su campaña presidencial, el 6 de marzo, desde el Monumento a la Revolución.
Todo había sido cuesta arriba. El domingo 28 de noviembre de 1993 fue el día de la nominación. Era la culminación de muchos meses de preparación. El 8 de diciembre fue la toma de protesta de Colosio como candidato. Dos mensajes complementarios, con toda una nueva propuesta, intentarían cambiar al PRI. El equipo se formó en diciembre y estábamos listos para lanzarnos con todo el entusiasmo en una campaña ganadora. Pero se atravesaron el movimiento zapatista del 1 de enero de 1994 y la ambición de Manuel Camacho. Todo cambió. Más tarde, el 23 de marzo, nuestro candidato fue asesinado.
Samuel, Cesáreo y yo trabajamos en el discurso del 6 de marzo. Nos sentábamos por horas y días en torno a mi escritorio. Yo tecleaba en mi computadora. Los tres lo redactábamos en equipo, simultáneamente. Discutíamos, nos reíamos, nos enojábamos, hacíamos el análisis político obligado hasta que cada párrafo quedaba listo. Revisamos versiones y versiones con Luis Donaldo.
Encerrados en la casa de campaña ubicada en la lateral del Periférico, por el Pedregal, o en su casa de San Ángel, Colosio tachaba párrafos, escribía nuevas frases, nuevos párrafos, los leía en voz alta. Cuando ya tuvo una versión muy cercana a la final fue cuando la compartió con el coordinador de la campaña y con algunos escritores e historiadores, amigos de él, para que le hicieran sus comentarios. El discurso quedó listo la tarde del sábado 5 de marzo y Colosio lo envió a Los Pinos. El rumbo de la campaña cambió con el discurso del 6 de marzo de 1994.
Yo conocí a Luis Donaldo en 1988, cuando él era oficial mayor del PRI, coordinador de la campaña presidencial y candidato a senador por Sonora. Me impresionó su energía inagotable, su dinamismo, su visión estratégica. ¡Podía estar en 20 cosas a la vez y nunca perdía el hilo de un solo asunto!
Luego tuve la oportunidad de apoyarlo, cuando yo era Ministro de Información y Vocero de la Embajada de México en los Estados Unidos. Colosio hizo dos viajes de trabajo a Nueva York y Washington, primero como Senador y luego ya como Secretario de Desarrollo Social. Sus visitas fueron todo un éxito. Poco después, en enero de 1993, me llamó para invitarme a formar parte de su equipo.
Cuando hablé con mi jefe —Gustavo Petricioli, uno de los mejores embajadores que hemos tenido en Washington—, me dijo con su invariable generosidad que tenía luz verde para irme a trabajar con Colosio, por la sencilla razón de que, para Petricioli, Luis Donaldo sería el próximo presidente de México. Así que, hice maletas, regresé y me incorporé como Asesor del Secretario en SEDESOL.
Cuando volábamos de regreso de una gira a Campeche, acabamos platicando sobre los conceptos de virtud y fortuna de Maquiavelo. Para el florentino, la fortuna era el azar en la vida, la casualidad, lo que está fuera del alcance de la lógica; y la virtud era su contraparte. Maquiavelo escribió que si el príncipe posee virtud, nunca será una simple víctima de los golpes de fortuna. En ese sentido, para el éxito la fortuna no necesita de la virtud, pero sí la virtud de fortuna.
Durante su carrera, Luis Donaldo Colosio fue un político que siempre tuvo tanto virtud como fortuna, hasta que todo acabó trágicamente aquel fatídico 23 de marzo de 1994. Lamentablemente perdimos el rumbo que Colosio vislumbraba para México. Lo tenía muy claro. Era un líder verdaderamente transformador. Siempre me he sentido orgulloso de haber trabajado cerca de Colosio.
Así que quiero compartirles algunos recuerdos que creo que reflejan la personalidad de Luis Donaldo y su extraordinario liderazgo.
De entrada, Colosio era uno de esos políticos a los que no había que explicarles las cosas, sino todo lo contrario: él siempre tenía más claro que nadie cuál era el mensaje, cuál era el objetivo de cada reunión y en qué radicaba el éxito. Siempre construía la historia del futuro.
Por supuesto, todos los que lo conocimos sabemos que no era nada fácil trabajar con él. Era impaciente, regañón y obsesivamente disciplinado, porque Colosio era un alma grande, tenía una idea perfectamente clara de lo que debe hacerse por la nación desde el Estado.
Cuando teníamos acuerdo con él, había que asegurarse de tener a la mano toda la información detallada. Colosio revisaba cada mensaje con mucho cuidado. Siempre preguntaba ¿por qué? Hacía anotaciones, subrayaba con su pluma sepia y ponía signos de exclamación en las tarjetas verdes. Nada de lo que hacía era gratuito ni obra de la casualidad.
Hay pocas veces en la vida que uno tiene la suerte, o la fortuna, de toparse con un verdadero líder; pero cuando sucede, no cabe duda de que pueden inspirarnos a dar lo mejor de nosotros mismos. Colosio era así; pensaba, actuaba y comunicaba distinto a los demás políticos que yo había conocido, y por eso me inspiraba. Todos los políticos comunican lo que hacen; algunos dicen cómo lo hacen; pero muy pocos comunican bien por qué lo hacen.
Colosio, en cambio, siempre explicaba por qué hacía las cosas. Se acercaba a la gente y literalmente la cautivaba, porque “conectaba” con cada persona y hacía que creyera en lo que él creía. Era muy inteligente y tenía una gran capacidad analítica, pero su liderazgo en realidad era esencialmente emotivo, ya que lo que decía le salía del corazón. Por eso la gente lo seguía con fervor.
La diferencia de Colosio era que actuaba con una gran convicción; tenía no sólo un propósito bien definido en cada cosa que hacía, sino también una causa, que, claro está, era siempre la causa de la gente, el avance de México.
A 27 años de la tragedia en que perdimos un alma grande, es indispensable reflexionar sobre la política en México, sobre nuestro futuro como sociedad, como nación.
Con Luis Donaldo aprendí mucho. Aprendí que un político genuino defiende lo que cree; lo hace de frente y motiva a otros para luchar juntos por el bienestar de nuestra comunidad y por el desarrollo de nuestro país.
Colosio me hizo confiar en el poder transformador de la política. En esta tarea, la combinación de prudencia y valentía para tomar decisiones es muy difícil de lograr, pero resulta indispensable. Y una de las principales cualidades de Colosio, es que lograba ese equilibrio.
La fuerza de tus convicciones se vuelve el único faro para guiar tus pasos.
Cuando platicábamos, Colosio me decía: ¿Qué puedes controlar en política? Lo que depende exclusivamente de ti es tu visión, tu voluntad, tu determinación, tu responsabilidad, tu pasión y —también— tu sentido del humor.
Lo que no puedes controlar son las fuerzas que se desatan a tu alrededor cuando decides promover el cambio. En esos momentos, me comentaba Colosio, es cuando la fuerza de tus convicciones se vuelve el único faro para guiar tus pasos.
La vida entera de Luis Donaldo Colosio fue, sin lugar a dudas, una firme respuesta a su indudable vocación de servicio. Fue un político que, sobre todo, siempre buscó lo mejor para la sociedad mexicana. En ese proceso construyó una visión para el futuro de un México próspero, justo, seguro, pleno de grandeza.
Quería una nueva relación entre el ciudadano y el Estado; quería una reforma del poder, para avanzar hacia un sistema de mayores equilibrios, fiel a su origen republicano y a su vocación democrática.
Su visión era la de un crecimiento con estabilidad, basado en finanzas nacionales sanas y buenas finanzas familiares; en una mayor equidad, con más empleos mejor pagados, un combate decidido a la pobreza y la desigualdad, y una gran reforma para el campo.
Colosio estaba convencido que era la hora de las regiones de México, para aprovechar mejor los recursos, la capacidad y el talento de cada una de las comunidades del país, de cada ciudad, de cada estado.
Proponía una educación de calidad para la competencia global, y veía en esta tarea nuestra batalla más trascendente de cara al futuro.
Luis Donaldo ofrecía un cambio con rumbo seguro, para garantizar paz y tranquilidad a nuestros hijos; y él mismo encarnaba el ideal de superación basado en el talento y el esfuerzo.
Columna de Javier Treviño
SDP Noticias
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