“Bajo advertencia, no hay engaño”.
Dicho popular
“Mi placer
Mi dolor
Mi sensatez y mi locura
Lo has sido todo para mí
Amor violento, ternura”
Juan Carlos Calderón
Lo anunció desde que era candidato. ‘Abrazos no balazos’; si acaso chanclazos como máximo castigo. N’ombre, ¡un genio!, diría el clásico.
En el camino, tratamiento de reyes y libertad para los criminales. El colmo: disolvió la unidad especializada antinarcóticos que trabajaba desde hace 25 años en territorio mexicano en coordinación con la DEA (Agencia Antidrogas de Estados Unidos).
Pero no es lo único. A partir de la corretiza que le endilgó el CJNG a un grupo de militares, su discurso ha devenido en un ‘hay que cuidarlos porque son seres humanos’. Esta semana insistió en su defensa a ultranza de los mismos.
Y así, puede bajarse de su camioneta a hablar con la mamá de “el Chapo” y, con el pretexto de que “es viejita”, solicitarle una visa humanitaria para internarse en los Estados Unidos. Incapaz, en cambio, de recibir a Sicilia, a los LeBarón, a colectivos de madres de desaparecidos, a tantas víctimas de la delincuencia, aduciendo cuidar de la investidura presidencial…
Se enoja y se lamenta de que el cadáver de Arturo Beltrán Leyva haya sido profanado en el panteón, pero ni una palabra se le ha oído lamentándose por los miles de muertos que no aparecen, por cómo las madres buscan en los centenares de fosas clandestinas sus restos.
Esos mexicanos dolientes, resultado de otros tantos profanados, no merecen ser mencionadas desde la máxima tribuna. Imposible que ofrezca consuelo a los familiares.
Pide un trato digno para los criminales, pero olvida a los civiles que son asesinados y colgados como advertencia y/o regocijo desde puentes en diversos puntos de la República.
Prefiere culpar a los médicos de no querer acudir a lugares violentos, peligrosos, lejanos, subdesarrollados, antes que asegurar los mismos de la influencia del narco y de la podredumbre.
Es tal su protección a —y predilección por— los delincuentes, que permite que pueblos enteros sean abandonados por sus habitantes y queden en manos del crimen organizado.
En el plano legal se les deja libres sin mayores aspavientos, pero no vaya a ser una mujer odiada por la fiscalía porque entonces le espera estar presa dos años por un delito inexistente.
A los malhechores hay que tratarlos bien porque son humanos, pero a Rosario Robles, presa —sin juicio de por medio— ya tres años por una licencia de manejar apócrifa, de ninguna manera.
Exige que el ejército tenga una política de pasividad y de no confrontación a los delincuentes, pero poco le importan las más de 30 ocasiones en que poblaciones de la mano de transgresores han hecho escarnio de los militares.
Más de 120,000 muertos de forma violenta en lo que va del sexenio son señal inequívoca de que los criminales deberían cuando menos ser detenidos y tratados conforme a la ley.
Porque sí, aquellos son humanos, pero también lo es todo el resto de la población, y él gobierna —en teoría— para todos los mexicanos, no solo para los narcos.
Hasta ahora, su forma, su decir, su actuar muestra que su amor por México no es tal. Él es amante de los narcos y hasta ahí.
Columna de Verónica Malo en SDP Noticias
Foto SDP
clh