Durante más de ocho meses el presidente Andrés Manuel López Obrador le toleró los excesos y frivolidades a su amigo de juventud Adán Augusto López, quizá por el papel que le tenía asignado para jugar en el proceso de sucesión presidencial dentro de Morena. No sería candidato –aunque estaría en la reserva como un plan B en caso de una emergencia– y sería el legitimador de la victoria de Claudia Sheinbaum en la encuesta para decidir la candidatura. Todavía hace unas semanas, la instrucción de López Obrador a los suyos era impulsarlo para que quedara en el segundo lugar en la encuesta que definirá la sucesión, con lo cual quedaría relegado Marcelo Ebrard al tercero y deslegitimara cualquier crítica que pudiera hacer sobre el proceso.
Todo cambió en la última semana con la debacle de la campaña de Adán Augusto al mezclarse asuntos personales y abusos como secretario de Gobernación que fueron expuestos en la opinión pública. López Obrador se ha distinguido por tener un discurso enérgico contra la corrupción, pero laxo en los hechos, a menos que los excesos salgan a la luz y se socialicen, que lo lleva a tomar decisiones radicales.
Eso es lo que sucedió luego de que hizo crisis el equipo íntimo de López bis, cuando despidió a quien había sido su brazo derecho, César Yáñez, tras chocar con Andrea Chávez, la diputada que ha recibido consideraciones extraordinarias del todavía aspirante, y con su estratega, Abraham Mendieta, por lo que no sólo fue despedido, sino que se hizo con malas formas por parte del equipo de campaña, avalado por quien era su jefe. El zipizape fue prólogo de lo que vino: las fotografías de los relojes de lujo en la muñeca de Adán Augusto y los viajes en aviones militares de la familia de Chávez, junto con videos de eventos donde sugerían una cercanía más allá de lo profesional.
Si fue una coincidencia o fuego amigo, es hoy una consideración secundaria. Lo que sucedió expuso al Presidente, quien fue advertido desde hace meses por sus colaboradores de las andanzas en las que andaba su amigo tabasqueño, sin que actuara y lo llamara a cuentas; o él, en una decisión unilateral, comenzara a ser más prudente.
Desde octubre del año pasado, el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, que tiene un aparato de inteligencia que monitorea a las llamadas corcholatas y a dos decenas de opositores prominentes, le informó al Presidente que Adán Augusto tenía una relación personal con Chávez, que era vocera de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, y sobresalía como una de las propagandistas del gobierno más activas en las redes sociales, lo que la había llevado a acercarse con el jefe de la propaganda de López Obrador, Jesús Ramírez Cuevas.
En ese momento poco se sabía de la relación peligrosa de Adán Augusto con Chávez, a quien se le empezó a ver en aviones de la Guardia Nacional que utilizaba –desde abril del año pasado– el secretario de Gobernación con su comitiva para viajar a actos oficiales o de Morena. López bis no cuidó las formas. A finales de enero acudió al primer informe de labores de la diputada Chávez en Ciudad Juárez, en un evento con la presencia extraordinaria de la gobernadora Maru Campos; del líder del partido, Mario Delgado; del coordinador de la bancada, Ignacio Mier, y del vicecoordinador, Leonel Godoy, donde pronunció un discurso, fuera de lugar para el evento, donde la elogió de manera rococó al señalar que veía en sus acciones “la determinación de saber que su voluntad de ser no tiene cielo y del que está seguro que sobre sus alas se quiebran las palabras del universo”.
El Presidente no dijo nada tampoco. Se estaba volviendo costumbre el silencio de López Obrador sobre el hijo del notario que le dio abrigo en su casa, le dio de comer, lo vistió y lo introdujo a la política.
En diciembre pasado, como uno de los ejemplos más claros de la indulgencia presidencial, le entregaron a López Obrador una nota informativa donde hablaba del activismo de Adán Augusto entre gobernadores, que no tuvo consecuencia alguna. Aunque era algo que también hacía Sheinbaum, el entonces aún secretario de Gobernación llevaba cuatro meses de recaudar fondos para su campaña, que en ese momento se estimaban en 750 millones de pesos.
Hace menos de cinco meses, Gertz Manero le reportó al Presidente que el todavía secretario de Gobernación había jalado recursos del Fondo de Aportaciones para Seguridad Pública para este año, de lo cual se estaban quejando varias de las empresas que son proveedoras de ese instrumento, y que potencialmente podrían convertirse en fuentes de financiamiento para su campaña presidencial. Una vez más, nada sucedió.
Los primeros síntomas de que las cosas ya no le estaban gustando a López Obrador fue cuando le pidió, tras las elecciones del Estado de México, que esperaba que fuera el último de los aspirantes a sucederlo que presentara su renuncia. Adán Augusto nunca presentó su renuncia, sino que le trasladó al Presidente la decisión, esperando que fuera una licencia que le permitiera regresar a su despacho en Bucareli. López Obrador nombró a Luisa María Alcalde, que está del lado de Sheinbaum en la lucha por la candidatura, quien comenzó a desmantelar la estructura que tenía en la Secretaría de Gobernación.
Las señales ominosas para Adán Augusto no lo llevaron a actuar con cautela durante sus recorridos electorales. El tema de los relojes fue el principio del Waterloo. Desde cuando menos agosto del año pasado, la prensa notó sus relojes de alta gama, cuando se publicó una fotografía con uno de 70 mil dólares. Adán Augusto siguió usando relojes de lujo, sin ver el incendio en su campaña, que se avivó con las fotografías de la familia de Chávez en aviones privados supuestamente del Ejército.
Adán Augusto parece acabado y López Obrador necesita cortarse la gangrena, bajándolo de la contienda presidencial de la forma menos dolorosa posible, si eso aún es posible con su viejo amigo.
Columna Estrictamente Personal de Raymundo Riva Palacios en El Financiero
Foto El Financiero
clh