“Read my lips: no new taxes”. Lean mis labios, no habrá nuevos impuestos.
Era el 18 de agosto de 1988 y se realizaba la Convención Republicana que nominó a George Bush como candidato presidencial.
De su discurso de aceptación, esa fue la frase que más se destacó porque ya en la presidencia de EU, las dificultades presupuestales que enfrentó y el hecho de no tener el control del Congreso condujeron a que en los siguientes años subieran los impuestos en Estados Unidos.
Claudia Sheinbaum es quien hoy encabeza las preferencias entre los aspirantes de Morena a la candidatura presidencial de Morena y sus aliados.
Por esa razón, son relevantes los dichos de Sheinbaum respecto al mismo tema del que hablaba George Bush en 1988.
En el libro de Arturo Cano, Claudia Sheinbaum: Presidenta, el periodista cuestiona a Sheinbaum al respecto.
“¿Una transformación profunda es posible sin una reforma fiscal? Sí. Le pedí a Raquel Buenrostro, con quien me llevo muy bien y es buena amiga, y a Pablo Gómez, que me ayudaran a revisar qué tanto más hay en el pago de impuestos en el contexto del actual régimen fiscal… Le pregunté a Raquel de qué tamaño es el margen… serían otros 300 mil millones de pesos”.
No es la única persona de la 4T que piensa así. El 7 de junio tuve la oportunidad de preguntar lo mismo al secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, en el marco de la Reunión Nacional de Consejeros Regionales de BBVA y su respuesta fue la siguiente:
“Sería muy mala idea para cualquier gobierno, como lo hemos visto en otros casos, iniciar un periodo con un aumento de impuestos, sobre todo en México. Cuando el anterior gobierno inició 2014 con aumento de impuestos, acuérdense. Se redujo la depreciación acelerada, se afectó el régimen de consolidación, en fin. Se recurrió a aumento de impuestos indirectos, y el anterior también lo había hecho, y el anterior también lo había hecho. Entonces, hay que romper esa inercia para poder fijar de una vez por todas un periodo en el que la sociedad tenga plena confianza, que lo que se ofrece, primero es razonable, es viable, y segundo, se cumple”.
¿Es realmente creíble que el próximo gobierno vaya a evitar un alza de impuestos?
Yo no creo. Déjeme argumentarle por qué.
En 2018, de acuerdo con datos de la Secretaría de Hacienda, los ingresos tributarios no petroleros fueron equivalentes al 13.0 por ciento del PIB. En 2022, ese porcentaje alcanzó el 13.4 por ciento.
Pese a la fiscalización creciente y a la litigiosidad mayor del SAT en esta administración, el avance fue de solo 0.4 puntos porcentuales del PIB.
En contraste, el gasto neto del sector público pasó del 23.75 por ciento del PIB en 2018 a 26.52 por ciento en 2022.
Es decir, hubo un alza de 2.77 puntos porcentuales del PIB.
Las diferencias se han sufragado con los fondos y fedicomisos; con ingresos no tributarios, con ingresos petroleros y parcialmente con deuda.
Y, pese a ese mayor gasto, es impresionante el rezago que hay en la inversión pública en salud, educación, seguridad, infraestructura, además de la inercia del pago de pensiones y apoyos sociales.
Se trata de un asunto de simple artimética. Con la estructura fiscal actual no hay manera de que el sector público tenga recursos suficientes para hacer que el país funcione razonablemente.
Claro, se podría echar mano de la contratación de mayor deuda, como seguramente ocurrirá, pues hay espacio para hacerlo.
Pero no va a ser suficiente.
Gane quien gane la Presidencia, creo que en el curso de 2025 tendrá que proponer y negociar una reforma fiscal, que modifique bases, tasas y quizás incluso modifique el pacto fiscal entre Federación y estados.
Habrá rechazo del sector privado y de la clase media, pues a nadie le gusta pagar más impuestos.
Pero, el capital político del gobierno que llegue tendrá que ser empleado en darle a la administración la capacidad financiera para hacer que el país funcione.
Para ello, será necesario cambiar radicalmente el sistema de gasto, con objeto de que haya transparencia en las asignaciones y la sociedad sepa que hay racionalidad en su ejercicio.
No podrá haber nuevos proyectos como el Tren Maya o Dos Bocas o el AIFA, que demanden cantidades gigantescas de recursos y los apoyos sociales deberán definir su fuente de financiamiento.
Como dijo Bush, “read my lips”: sí habrá reforma fiscal.
Columna Coordenadas de Enrique Quintana en El Financiero
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