El 11 de septiembre representó un cambio total en los procesos de identificación de las personas usuarias de servicios aeroportuarios. A partir de los ataques terroristas en territorio de los Estados Unidos de América, los aeropuertos, las aerolíneas y las personas usuarias tuvieron que adaptarse a una nueva realidad en los procesos de seguridad, particularmente, los que se basaban en la identificación de las y los pasajeros.
Nuevas tecnologías como el reconocimiento facial y la identificación biométrica emergieron como una vía para brindar mayor seguridad, comodidad y beneficios a quienes realizaran un viaje. Estas tecnologías de reconocimiento de personas por biometría que comenzaron a utilizarse comúnmente en los aeropuertos funcionan de dos formas: para la identificación, y para la autenticación o verificación.
En lo referente a la identificación de personas, esta técnica consiste en determinar la identidad de una persona, a través de la captura de un elemento biométrico, como la huella dactilar o el rostro, para posteriormente, compararla con los datos biométricos de otras personas.
Por lo que respecta a la autenticación o verificación, en esta se comparan las características de una persona con una plantilla biométrica de ella misma, con el fin de determinar su semejanza. Este modelo de referencia -la plantilla- se almacena en una base de datos o en un elemento portátil seguro, como una tarjeta inteligente. Posteriormente, se comparan los datos almacenados con los datos biométricos obtenidos para corroborar que es quien dice ser a través de la coincidencia con la plantilla biométrica.
Si bien estas tecnologías revelan más información personal, dependiendo del dato biométrico obtenido, también implican riesgos ya que pueden presentar probabilidad de error, al dar falsos positivos (que se acepte el ingreso de una persona que no es la misma) y falsos negativos (que no permita el paso a una persona que sí es la titular de los datos), esto dado que la precisión de los sistemas depende de factores que van desde la tecnología misma, hasta las condiciones en que se obtienen los datos, la limpieza del sensor y de la propia persona, toda vez que, con la edad, nuestros rasgos faciales o la huella digital, por ejemplo, van cambiando.
En el INAI somos conscientes de que hoy debemos reconocer la necesidad de apuntalar nuestros esfuerzos a la efectividad de la privacidad y la correcta gestión de los datos personales, por lo que el pasado 13 de diciembre aprobamos, por unanimidad, que el Instituto Nacional de Migración informe sobre la tecnología y los sistemas de identificación biométrica, cámaras de reconocimiento facial, detección de iris y huellas digitales utilizadas en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).
Lo anterior, dado que la vigilancia generalizada sobre la sociedad puede generar efectos paralizadores y vulnerar la dignidad humana, así como afectar derechos fundamentales. De ahí la relevancia de evaluar el cumplimiento de los principios de proporcionalidad, información y consentimiento en el tratamiento de los datos personales y de dar certeza a la sociedad. Más aún cuando se presentan casos como el que recientemente conocimos sobre el presunto tratamiento indebido de datos personales de una periodista, por parte del AICM, y sobre del cual, el INAI abrió una investigación de oficio.
Por ello, es importante que las entidades y organizaciones públicas y privadas, sean conscientes de los riesgos y, sobre todo, del impacto que puede conllevar la utilización de tecnologías que procesan datos biométricos para la identificación o autenticación de personas.
Tener identificadas a las personas por sus datos biométricos puede traer consecuencias muy graves no sólo en su esfera más íntima sino para la sociedad en su conjunto, dado el control y las intrusiones severas que representan.
Columna de Blanca Lilia Ibarra Cadena en El Financiero
Foto Pixabay
clh