No sería remoto que, en la segunda mitad del 2024, la economía mexicana mostrara una situación de escaso crecimiento.
La mayor parte de los analistas visualiza dos etapas en la dinámica de las actividades productivas en este año.
Una con mayor dinamismo en el primer semestre, asociada con el calendario de gasto relacionado con el proceso electoral, y otra con menor actividad en la segunda mitad, tanto por el fin de la administración actual y como por el arranque de una nueva que comienza en octubre del presente año.
Supongamos que el ritmo de crecimiento del segundo trimestre fuera de 3 por ciento (en el primero, el PIB creció 2.0 por ciento) a tasa anual y consideremos que bajara a 1.5 y 1 en el tercer y cuarto trimestres, respectivamente.
En ese caso, la tasa promedio anual llegaría a 1.9 por ciento.
De acuerdo con la encuesta entre especialistas que publicó hace unos días Banxico, el consenso en este momento es de 2.25 por ciento para este año, pero hay que señalar que en febrero era de 2.4 por ciento, por lo que se aprecia una tendencia a la baja.
La razón de prefigurar este comportamiento tiene que ver con el término del gasto del periodo electoral por una parte y por la otra, con el proceso natural de aprendizaje de ejercicio del gasto para la nueva administración.
En el Informe Trimestral del Banxico, correspondiente al primer trimestre de 2024, se señala, por ejemplo, lo siguiente: “Para el segundo semestre del año, se prevé una desaceleración de la actividad productiva, en congruencia con la evolución que se ha observado en episodios electorales previos. En cuanto a la demanda externa, se espera que esta presente debilidad en el año”.
El Banxico, sin embargo, sigue estimando un crecimiento del PIB para este año que fluctuaría entre 2.2 y 3.4 por ciento. Mi impresión es que en el siguiente Informe Trimestral habrá una corrección a la baja.
Será la primera ocasión en la historia que todo el cuarto trimestre del año corresponda al nuevo gobierno, pues en el pasado, solo le tocaba el mes de diciembre, lo que quiere decir que el ejercicio del gasto anual prácticamente lo realizaba en su totalidad la administración saliente.
Aunque haya un gasto inercial que va a continuar, con independencia del cambio de administración, es natural que haya un proceso de aprendizaje por parte de los ejecutores del gasto público, por lo que esta ocasión incluso el freno del segundo semestre podría ser superior al observado en episodios electorales previos.
Hay que sumar, además, que la coincidencia de la elección presidencial en EU con la elección mexicana podría traer consigo en esta ocasión también ingredientes de incertidumbre.
Si la elección no involucrara a un personaje como Donald Trump, que sigue siendo el candidato con mayores probabilidades de obtener el triunfo, quizás el efecto sería menor.
Sin embargo, de acuerdo con las encuestas más recientes, el candidato republicano va adelante en los siete estados llamados ‘bisagra’, cuyos votos electorales tienden a ser determinantes en el resultado final.
En cuatro de ellos, Arizona, Georgia, Carolina del Norte y Nevada, la ventaja es de más de 3 puntos. En tres de ellos, Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, la ventaja es de 1 a 2 puntos.
Si esta condición permaneciera, es factible que tuviéramos un último trimestre afectado también por la incertidumbre derivada del estridente lenguaje de Trump relativo a la aplicación de aranceles, proteccionismo y xenofobia.
Finalmente, hay que señalar también que el efecto del nearshoring en la inversión se ha tardado más de lo que muchos preveían, por lo que seguramente, no se percibirá aún de manera importante en el crecimiento del PIB de este año.
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Columna Coordenadas de Enrique Quintana en El Financiero
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