Domingo, 30 de Junio de 2024 06:52 | Municipios Puebla

C. de la Barca y Diógenes para AMLO y Claudia: el rol de la SCJN y otros contrapesos

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Darlo todo y no dar nada es una comedia de Pedro Calderón de la Barca. La he leído varias veces, desde mi época de preparatoria, porque me gusta la forma en que el autor enfrenta al cínico Diógenes con el genio militar Alejandro Magno.

En un ensayo del filólogo Carlos Mata Induráin leí que Darlo todo y no dar nada se representó originalmente para “la fiesta de los años, del parto y de la mejoría de la Reina nuestra señora, del accidente que le sobrevino estando el Rey nuestro señor en las Descalzas, y con su presencia volvió del desmayo”.

Aunque la comedia en realidad trata del triángulo amoroso entre el más grande general, la bella Campaspe y el pintor Apeles, en mi opinión su verdadero valor está en los diálogos entre Alejandro y Diógenes y, sobre todo, en la forma en que el conquistador macedonio decidió acerca de cuál debía ser su mejor retrato.

Un analista de Guatemala, Bernardo López, considera la historia del retrato de Alejandro como el paradigma de la crítica correcta al gobernante:

Esto no es retrato mío

Como en él no veo

esta mancha que borrón

es de mi rostro, poniendo

en disimularla todo

su primor el pincel vuestro.

Lisonjero habéis andado

en no decírmela, siendo

casi traición que en mi cara

me mintáis. Infame ejemplo

da ese retrato a que nadie

diga a su rey sus defectos.

Pues ¿cómo podrá enmendarlos

si nunca llegó a saberlos?

Más parecido está el vuestro;

pero no menos culpado.

En que viendo

estoy mi defecto en él

tan afectado que pienso

que en decírmele no más

todo el estudio habéis puesto;

con que igualmente ofendido

déste, que desotro, quedo;

pues lo que en uno es lisonja

es en otro atrevimiento.

Tampoco aqueste ejemplar

quede al mundo, de que necio

nadie le diga en su cara

a su rey sus sentimientos;

que, si especie de traición

el callarlos es, no es menos

especie de desacato

decírselos descubiertos.

¿Por qué? si al verle, me dais

a entender prudente y cuerdo

que solo vos sabéis cómo

se ha de hablar a su rey, puesto

que a medio perfil está

parecido con extremo;

con que la falta ni dicha

ni callada queda, haciendo

que el medio rostro haga sombra

al perfil del otro medio.

Buen camino habéis hallado

de hablar y callar discreto;

pues, sin que el defecto vea,

estoy mirando el defecto,

cuando el dejarle debajo

me avisa de que le tengo,

con tal decoro que no

pueda, ofendido el respeto,

con lo libro del oírlo,

quitar lo útil de saberlo.

Y para que quede al mundo

este político ejemplo

de que ha de buscarse modo

de hablar al rey con tal tiento

que ni disuene la voz

ni lisonjee el silencio.

Diógnes sobre el grande Alejandro “que a su imperio le viene el mundo estrecho”.

El grande Alejandro viva…

Viva el gran Príncipe nuestro…

cuyos lauros…

cuyos triunfos…

siempre invictos…

siempre excelsos…

¿Alejandro es más que un hombre,

tan vanamente soberbio,

que llora que hay solo un mundo

para verle a sus pies puesto?

Pues ¿por qué me he de mover

a verle, cuando mi afecto

más fuera, si fuera un hombre

tan sabio, prudente y cuerdo

que llorara que no había

otros muchos mundos nuevos,

sólo para despreciarlos,

más que para poseerlos?

Bueno es eso

para un recado que yo

te traigo.

De un viejo,

dialéctico a todo trance,

filósofo a todo ruedo,

que por no verte, señor,

como había, de ti huyendo,

de echar por aquesos trigos,

echó por aquesos cerros,

diciendo a voces que es más

monarca del mundo entero

que tú.

Pues no ha de lograr su intento;

que si él, por altivo, no

quiere verme a mí, yo quiero

verle a él, por desengañado.

Llévame allá; que deseo

ver quién es dueño del mundo,

él dejando o yo adquiriendo.

Diógenes recibió la visita del grande Alejandro y no salió a recibirlo porque el sol aún no calentaba, ya saldría cuando el astro rey lo abrigara:

Pues ¿cómo no sale a ellas,

habiendo mi nombre oído,

a recibirme siquiera?

Hombre que en tanta miseria

vive, de saber que yo

vengo a verle ¿ni se altera

ni se sobresalta más?

¿Hele dicho yo que venga?

Pues si yo no se lo he dicho,

que se espere o que se vuelva.

No hay más que decir.

Sea lo que fuere, ya

hice capricho de verla;

si es constancia, por aprecio,

y si es locura, por fiesta.

Bien podéis salir, que ya

el sol sus rayos despliega.

Pues a ver el sol saldré;

que, al fin, es el que me alienta,

me anima y me vivifica.

¿De poca sustancia es

decir que en mi competencia

sois vos más dueño del mundo

que yo?

Es verdad, yo se lo dije.

Y si de escucharlo os pesa,

perdonad, lo dicho dicho.

Pues es justo que a ver venga

Alejandro a un igual suyo.

Pero la posteridad

de una heroica fama eterna

¿será vuestra o será mía?

Fuera de que, ¿qué me importa

que fama o no fama tenga?

El sol

que va tomando la vuelta.

Y así pasaos aquí, no

me quitéis, por vida vuestra,

lo que no me podéis dar.

Mal, Efestión, le afrentas;

que si hubiera de dejar

de ser quien soy, y estuviera

en mí elegir lo que había

de ser, ten por cosa cierta . . .

Que, no siendo Alejandro,

Dïógenes quisiera.

Atiende, discurso mío,

quizá dirá su locura

lo que su razón no dijo.

Y yo volverme a mi monte,

donde te ruego que no vayas,

ni me llames otra vez;

que no sabes lo que cansa

esto de andar componiendo

de amor y celos las ansias

Seré quien pida por todos

el perdón de nuestras faltas;

aunque es darnos lo que es nuestro

darlo todo y no dar nada.

AMLO y Claudia deben buscar al buen pintor —quizá algún Diógenes habrá— en la SCJN, en la oposición, en la crítica mediática y en los otros contrapesos, si los hubiera, al poder presidencial

 

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SDP Noticias

Columna de Federico Arreola

Foto: Especial

cdch