La hazaña de gente como Yoani Sánchez es haberse levantado contra este silencio con los poquísimos recursos digitales a su alcance y haber mantenido su periodismo de registro cotidiano contra viento y marea. En la pasividad y la resignación de los cubanos frente a tantas privaciones, un factor clave ha sido la falta de una prensa libre y la ignorancia que esto siembra a lo largo de los años sobre lo que sucede en el país y en el mundo.
La dictadura minuciosaCuba: llegó la hora de lograrloComo sugerí ayer aquí, hay un efecto de desagregación social en el hecho de no saber nunca lo que sucede en la propia sociedad, en la ciudad vecina o lejana, a veces ni en el barrio vecino. Los medios que controla el Estado mienten y ocultan por rutina. No hay ahí tal cosa como entrevistas incómodas, voces no oficiales de contraste, cifras públicas confiables, pluralidad de opiniones, diversidad de información. Tampoco hay un contacto fluido y abierto con la prensa internacional y los hechos del mundo. Nada puede saberse de la vida en la isla salvo lo que constata cada quien y lo que transmite radio bemba sobre la experiencia de otros. De ahí el periodismo digital del testimonio personal y la crónica de lo inmediato, que se ha multiplicado en estos años, en que internet ha roto el aislamiento. Es un periodismo muy crítico y hasta radical porque en Cuba la sola descripción de lo que pasa es crítico y radical: la falta de alimentos, la falta de medicinas, la falta de libertades, la dificultad de la vida, la opresión del presente y la ausencia de futuro. Todo lo que toca la mirada en Cuba es un testimonio del deterioro. En cierto sentido lo que explotó el 11 de julio fue la acumulación de esta conversación interna en que los testigos críticos del mundo digital pudieron conectarse. Al hacerlo descubrieron que habían construido un país libre, vibrante y conectado entre sí, dentro del país oprimido y desconectado en que viven.
Un país donde reinaba el silencio.
Columna de Héctor Aguilar Camín
Milenio
Foto ArchivoM
vab
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