El gobierno de México jugó con fuego. “Brinkmanship” es un tipo de política desarrollada durante la Guerra Fría que se refiere a la amenaza estratégica de ir al extremo. El término deriva de la palabra inglesa “brink”. Se refiere a la capacidad de llegar hasta el borde del abismo para conseguir que el adversario ceda por miedo a caer juntos. Consiste, pues, en la práctica de intentar conseguir un resultado ventajoso llevando eventos peligrosos al borde del conflicto.
Simulacro. ¿Fracaso de Sheinbaum o desidia de la gente?Cuatroteísmo mundial, fallido…
El término se asocia principalmente al Secretario de Estado estadounidense John Foster Dulles, entre 1953 y 1956, durante la presidencia de Eisenhower. Dulles trató de desalentar una agresión por parte de la Unión Soviética advirtiendo que el coste de tal agresión podría ser una represalia masiva contra objetivos soviéticos.
Thomas Schelling, profesor en la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard, cuando yo estudié la maestría ahí, es quien había definido la idea de “brinkmanship” en su libro de 1960, “La estrategia del conflicto”, como “manipular el riesgo compartido de la guerra”. La esencia de ese tipo de crisis es que no lleva a ninguna de las partes a tener el control total de los eventos, lo que crea un grave riesgo de error de cálculo y escalada.
Pues bien, el gobierno de México, consciente o inconscientemente, llegó hasta el borde del abismo la semana pasada. Y seguramente verá las consecuencias en algún momento. Veamos los hechos:
1. El presidente de México invitó al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, para que hablara en la celebración de la Independencia de México. Y AMLO exigió a Estados Unidos levantar el bloqueo a la isla.
2. La Secretaría de Relaciones Exteriores de México logró que, de último minuto, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, asistiera a la CELAC. El mismo estilo de Fidel Castro cuando mantenía a todos en la incertidumbre hasta el último minuto. La presencia de Maduro y Díaz-Canel llevó a la confrontación en la mesa, que estuvo a punto de salirse de control, con los presidentes de Paraguay y Uruguay.
3. AMLO indicó originalmente que el propósito de la VI Cumbre de CELAC era reemplazar a la OEA. Luego el mensaje del presidente de México cambió. Habló de una comunidad económica y un acuerdo de libre comercio de las Américas. Pero al mismo tiempo, contradictoriamente, habló de la Alianza para el Progreso del presidente Kennedy, olvidando que fue el mecanismo de reacción en el continente ante la revolución cubana.
4. El gobierno de México dio un papel preponderante en la cumbre a la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, al Secretario General de la ONU y al Presidente del Consejo Europeo.
5. Y para cerrar con broche de oro el episodio de “brinkmanship a la mexicana”, el gobierno de México invitó al presidente de China, Xi Jinping, a que hablara ante la cumbre para apoyar a la CELAC. “China continuará prestando apoyo a los países de América Latina y el Caribe y ayudará a los países de la región a superar la pandemia pronto y a reactivar su desarrollo económico y social” dijo Xi. ¿Será México capaz de jugar esta carta diplomáticamente y evitar pintar al continente como a favor o en contra de China, que es la retórica que está impulsando Beijing?
6. En este complejo escenario, la intención deliberada del gobierno de México fue dejar fuera a sus dos socios estratégicos de América del Norte (Estados Unidos y Canadá); a la principal organización multilateral del continente, la OEA; y a su principal competidor en el liderazgo latinoamericano, Brasil.
Los organizadores mexicanos de la cumbre de CELAC jugaron con fuego innecesariamente. Al final del día no plantearon la hoja de ruta para el reemplazo de la OEA, pero sí irritaron lo suficiente a Estados Unidos. Todo eso no genera más que desconfianza. ¿Funcionará la peculiar estrategia de “brinkmanship a la mexicana”?
Tal vez una historia de los últimos días nos ayude a pensar que el contexto internacional de hoy es diferente y México no puede arriesgarse con escaramuzas innecesarias.
El 15 de septiembre se dio a conocer que Estados Unidos, el Reino Unido y Australia negociaron en secreto un plan para construir submarinos nucleares. Con ello arruinaron el contrato de defensa más grande que tenía Francia por 60 mil millones de dólares. Enfurecieron al presidente Emmanuel Macron quien reaccionó con virulencia, al retirar a sus embajadores de ambos países. No era para menos. Se enteró sorpresivamente que dos de sus aliados más cercanos habían estado negociando en secreto durante meses.
Cuando los principales asesores de Biden discutieron el tema con los franceses, unas horas antes de que se anunciara públicamente en la Casa Blanca en una reunión virtual con Biden, el primer ministro Boris Johnson de Gran Bretaña y el primer ministro Scott Morrison de Australia, los franceses explotaron alegando violación de confianza.
El problema es que los australianos nunca dejaron en claro a los franceses que se estaban preparando para cancelar el trato, que había tardado años en negociar. Los australianos temían que los submarinos franceses de propulsión convencional estarían obsoletos cuando fueran entregados. Expresaron interés en buscar una flota de submarinos de propulsión nuclear, más silenciosos, basados en diseños estadounidenses y británicos que pudieran patrullar áreas del Mar de China Meridional con menos riesgo de detección.
Los australianos sabían que la idea le iba a gustar a Joe Biden. Estados Unidos está dispuesto a rechazar con la fuerza las ambiciones territoriales de China. Es un principio central de su política de seguridad nacional.
La primera respuesta de China a la nueva alianza, llamada AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos), fue que era “extremadamente irresponsable” y que iniciaría una carrera armamentista. De hecho, un informe reciente del Pentágono dice que la Armada china ha construido una docena de submarinos nucleares, algunos de los cuales pueden llevar armas nucleares. En el Indo-Pacífico, China ha estado expandiendo rápidamente su poder militar.
El anuncio tensó las relaciones con los aliados europeos. Pero en la Casa Blanca de Biden, el imperativo es desafiar la creciente huella de China en donde quiera que se encuentre. AUKUS es un esfuerzo por integrar a Australia y Gran Bretaña en el esfuerzo estadounidense más amplio para crear una disuasión de seguridad para China. Para Australia, que ha visto deteriorar sus relaciones con Beijing, Estados Unidos y Gran Bretaña proporcionan un elemento de disuasión mucho más fuerte para China en el Indo-Pacífico.
El nuevo pacto entre el Reino Unido, Estados Unidos y Australia podría conducir nada más y nada menos que a una fusión de capacidades militares, industriales y científicas en los campos dominantes de la cibernética, inteligencia artificial y computación cuántica. Como continente insular, que depende del comercio marítimo, Australia necesita una armada fuerte. Pero en el ámbito submarino, que es vital para la disuasión naval y la recopilación de inteligencia, se ha conformado sólo de seis submarinos de diseño sueco de la década de 1990.
Con este acuerdo, Estados Unidos y el Reino Unido se han centrado en los riesgos para sus intereses y valores del poder asertivo de China, incluso en el lejano Indo-Pacífico, el centro de gravedad global para el crecimiento económico y las tensiones estratégicas. Pero hay mucho más en juego. Esta triple alianza se basa en la capacidad, el interés convergente y, sobre todo, la confianza. Son tres de las democracias más multiculturales del mundo.
Esta breve historia, de hace unos días, podría ilustrar a los líderes mexicanos que, al jugar con fuego en la política latinoamericana y la intromisión china en el continente, podrían poner en riesgo la alianza de América del Norte, que sí genera empleos y prosperidad para millones de mexicanos.
Columna de Javier Treviño en SDP
Foto: Captura de Video
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