“El pueblo de México es uno de los más politizados del mundo”. Es una expresión que con frecuencia utiliza, en sus mensajes, el presidente Andrés Manuel López Obrador. Con ello quiere expresar que en nuestro país la gente sabe resolver los conflictos mediante el debate, pacíficamente, sin violencia. ¿Realmente es así?
Para Andrés Manuel la política es “el arte de servir desinteresada y generosamente a los demás”, por citar la definición que de tal actividad hace algunos años dio en Milenio el articulista Jorge Torres Castillo.
AMLO insiste en afirmar que el actual gobierno de México, el de la 4T, es visto en el extranjero con admiración porque está llevando a cabo una revolución moral, sin violencia y gracias sobre todo al pueblo absolutamente politizado.
No sé si en otros países alguna vez se nos vio de esa manera. Hoy, definitivamente no es así. Sin duda no exagera una nota del diario El Economista, dirigido por Luis Miguel González: “El mundo tilda a México como zona de barbarie”.
Zona de barbarie, sí. Por los hechos terribles en el partido Querétaro contra Atlas, pero también por la violencia de San José de Gracia, Michoacán, y de tantos otros pueblos aterrorizados por el narco.
Barbarie, es decir —lo he leído en algún lado— el estado intermedio entre el salvajismo y la civilización.
En ese limbo, tan cerca del infierno, se encuentra la sociedad mexicana. Dado que resulta imposible ocultarlo, así nos ven con todas las consecuencias lamentables que ello implica.
¿El pueblo mexicano es uno de los más politizados del mundo? No estoy seguro. Sobra gente buena en nuestra nación, pero también gente mala. Tristemente, la marca país de México no es apreciada ni admirada, sino todo lo contrario.
Lo positivo que tenemos, que es mucho, no destaca porque a algunos de nosotros nos da por actuar como bárbaros. Como en el estadio La Corregidora, en efecto. Como en las regiones dominadas por el narco y no por el Estado.
Se nos ve como bárbaros en el sentido griego: extranjeros incapaces de respetar las leyes.
No tengo la menor idea acerca de cómo ni cuándo vamos salir del problema. La barbarie es como la marea —dice alguien en la novela La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón—: “Se va y uno se cree a salvo, pero siempre vuelve, siempre vuelve”.
México fue elogiado en todas partes cuando el PRI perdió la presidencia en el año 2000. Triunfó la democracia, derrotamos a la barbarie. Pero, como la marea, la barbarie volvió con el fraude electoral de 2006, que es el origen de la terrible violencia actual.
México de nuevo mereció elogios sinceros en 2018 con la victoria electoral de AMLO. Otra vez vencimos a la barbarie, pero tristemente está regresando porque no se han dado los resultados esperados en la tarea de pacificar al país.
Hay logros, sin duda. La construcción de la Guardia Nacional cuando Alfonso Durazo era secretario de Seguridad Pública es uno de ellos. Otro, quizá menos difundido pero probablemente más importante, la disminución en las cifras de algunos delitos que hace no muchos días dio a conocer la actual titular de la dependencia, Rosa Icela Rodríguez.
Pero cualquier avance es nada frente a espectáculos como el de Querétaro, el de San José de Gracia y tantos otros que tienen a las mafias del narco como protagonistas principales.
Quizá llegó la hora de más mano dura dentro de la ley. El Estado ha sido definido como el monopolio de las fuerzas armadas. En México no son las cosas exactamente de esa manera. Lo que existe es un duopolio: tan grande es el arsenal del ejército y de la marina como el de los grupos del narco.
De ese diagnóstico debemos partir para buscar soluciones al espantoso problema.
Posdata
El monero José Hernández, de La Jornada, dice que la barbarie va arriba en el marcador 1-0 en su partido contra la civilización:
Creo que el caricaturista se queda corto: la barbarie va adelante por goleada y no se ve cómo podría la civilización empezar la remontada.