Quienes conocen cercanamente al presidente López Obrador y lo han visto operar políticamente en los últimos años lo afirman: la entrega del ‘bastón de mando’ a Claudia Sheinbaum fue más que un acto simbólico.
Las falacias que enarbola MarceloOmar García Harfuch, el guardián de la ciudad que impulsa Claudia SheinbaumSí habrá un traslado efectivo de poder.
Se que muchos analistas y observadores piensan que no será así.
Siguen opinando que López Obrador no solo se va a quedar con el control político pleno de su movimiento en lo que resta del sexenio, sino que seguirá influyendo de manera determinante aun cuando resida en Palenque y ya no tenga cargo alguno.
No es que López Obrador se desentienda de la política mexicana, pero supone y calcula que su legado va a preservarse en una administración a cargo de Sheinbaum y con la esperanza de lograr mayorías en las cámaras del Congreso, que permitan hacer reformas que profundicen la transformación.
Pero una cosa es el deseo y otra la realidad.
Déjeme hacer un poco de historia.
En los viejos tiempos del presidencialismo mexicano, la decisión más compleja y difícil que debía tomar un presidente de la República era la designación de su sucesor.
En ocasiones, la imagen que se formaba hacia el quinto año del sexenio de un presidente en funciones respecto a su sucesor, resultaba equivocada. Les fallaba el cálculo, sea por cambios de las circunstancias o bien por falta de conocimiento real de la persona designada.
Le pongo algunos ejemplos emblemáticos.
Plutarco Elías Calles determinó que el candidato presidencial del PNR, el abuelo del PRI, fuera en 1934 el general Lázaro Cárdenas.
Esperaba que, con esa designación, el ‘maximato’ que encabezaba se alargara.
El 10 de abril de 1936 por la madrugada, personal del ejército mexicano sacó al ‘Jefe Máximo’ de su casa y vestido con su pijama, lo puso en un avión de la Fuerza Aérea que lo desterró a California, dando fin a una era.
En 1969, Gustavo Díaz Ordaz tomó la determinación de nombrar sucesor a Luis Echeverría Álvarez, por considerar que el entonces Secretario de Gobernación, era quien podría darle continuidad a sus políticas.
El 24 de noviembre de 1969, en Morelia, en una de sus primeras giras como candidato, se hizo eco de la demanda de estudiantes de la Universidad Nicolaíta, cuando en un evento una voz pidió un minuto de silencio por los estudiantes muertos el 2 de octubre de 1968, a lo que respondió Echeverría, “y por todos los caídos allí”, aludiendo a los soldados.
La molestia fue tal entre las Fuerzas Armadas, que contó Gustavo Díaz Ordaz que incluso evaluó removerlo de la candidatura presidencial.
No me extiendo con más casos y regreso al presente.
López Obrador puede argumentar lo que es cierto formalmente: que él no designó a Claudia, sino que ella ganó su nombramiento a través de las encuestas.
Pero, era claro desde hace mucho tiempo que las expresiones y gestos presidenciales daban señales que fueron captadas por el aparato y por las muy amplias bases de Morena.
AMLO explicó el viernes pasado que parte de las reglas que estableció para la competencia entre los aspirantes fueron a solicitud expresa de Marcelo Ebrard. La primera fue la separación anticipada de los cargos y la segunda el hecho de que la encuesta se realizara con una boleta y urna.
No le concedió el tema de los debates, que era otra de las peticiones de Marcelo.
Más allá de los cuestionamientos de Ebrard, el hecho de que las encuestas de Morena hayan coincidido en lo esencial con las de terceros, como la de El Financiero, lo que da a Claudia legitimidad.
Creo que, aunque las condiciones sean diferentes a las del viejo presidencialismo, en las siguientes semanas y meses, iremos conociendo a una Claudia Sheinbaum diferente.
Desde el comienzo de su mandato sabemos que AMLO aprecia mucho los gestos simbólicos. Para él son mucho más que un show.
Por esa razón pienso que el traslado de la conducción del movimiento a Claudia es más real de lo que muchos piensan.
Claro que las decisiones de Sheinbaum no van a discrepar, por lo pronto, de las que hubiera tomado AMLO como líder de su movimiento.
Pero, tenga usted la certeza de que, poco a poco, quizás incluso inadvertidamente, Claudia va a ir construyendo una personalidad propia.
Si la oposición cree que Sheinbaum va a continuar como la caja de resonancia de los dichos y hechos de AMLO, van a subestimarla seriamente y le va a hacer un gran favor.
Ya lo veremos.
Columna Coordenadas de Enrique Quintana en El Financiero
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