Helena Monzón reflexionaba en esta semana, a propósito de la muerte de Silvia Pinal, que fallecer de forma natural a edades avanzadas era un privilegio para las mujeres mexicanas, tan cercanas siempre a los contextos violentos, tanto de pareja como del azar criminal.
Silvia Pinal muere a los 93 años de edadSe apaga una estrella: Así despide México a la diva Silvia PinalLa misma primera actriz sufrió en manos de Enrique Guzmán de abusos y violencias que solo pararon con una separación de la que la prensa tomó bastante nota. A pesar de que en el camino de Doña Silvia Pinal hubo arte, libertad, talento y fama, su muerte a los 93 años es la evocación de la naturalidad de partir lejos de los tratamientos obsesivos estéticos.
Sea por las redes sociales o por los efectos ficticios provocados por filtros que atenúan líneas y rasgos, la juventud como tesoro, acumula su época de mayor valor. Como la paradoja de la luz que, obsesionada, persigue a la sombra sin darse cuenta que entre más se acerca, ella más se aleja hasta desaparecer, las obsesiones con la juventud diluyen la belleza de envejecer.
El privilegio que implica alcanzar edades más avanzadas y la profundidad que implica aprender a mirar con el alma, sin la distracción de los ojos que prejuzgan bellezas o fealdades por simples superficialidades. Envejecer, como bien dice Helena, implica primero, un acto de supervivencia que no deberíamos dar por sentado. Implica un cúmulo de ventajas y algo de suerte. Significa que en el mundo personal existen suficientes herramientas para mantenerse, primero, con la salud del impulso vital. Implica que un entorno valora la vida al grado de no obstaculizarnos vivirla. También significa una suma de hábitos exitosos que permiten mantener el funcionamiento orgánico de los cuerpos. Envejecer significa acumular sabiduría y experiencias. Indica un proceso que despoja de las apariencias y que, solo con los años, permite entender que se mira para leer y que entre la acumulación del tiempo hay valor superado por la estética superficial.
Este viernes fue la clausura del XVII Festival Internacional Letras en San Luis. Deseaba escuchar a Irene Vallejo, autora española del extraordinario libro “El infinito en un junco” y decidí visitar el Altiplano para integrarme al evento. En la historia de los libros y el transitar de las palabras, envejecer es un verbo que trasciende a las personas y se acerca más hacia inmortalizar. Solo en el proceso del paso del tiempo, las experiencias logran enriquecer a la historia, así como al lenguaje y construirla. Al envejecimiento de las palabras le llamamos evolución y en el juego de las letras, sus nuevas composiciones nos dicen que no todo está dicho pues la naturaleza humana se reinventa y redescubre indefinidamente.
Durante el conversatorio entre Irene Vallejo con Jorge Volpi hubo un festín de ideas y evocaciones a la importancia de la lectura y la grandiosidad de los libros. Irene Vallejo, conocedora de la literatura clásica y los filósofos greco-romanos, brindó un recorrido entre la escritura y la historia entre una familia en la que un padre abogado y abuelos maestros le inspiraron a narrar.
Este encuentro deja una huella sobre la memoria colectiva, sobre resignificar el paso del tiempo valorándolo. Irremediablemente, en el tiempo que pasa, se escribe lo que será leído por quienes aún no existen y ese proceso tendría que hacernos revalorizar las huellas del tiempo, sin intentar taparlas o maquillarlas.
Pedro Torrijos lo reflexiona al tratarse de Notre Dame en París, cuya restauración se llevó el paso de la historia y dejó texturas sin rusticidad.
El hecho es que en una sociedad digital que llama a la perfección, juventud y a borrar el paso del tiempo, resignificar el envejecimiento como sinónimo de identidad es necesario.
¿Buscando más noticias hoy en Puebla? Sigue leyendo en nuestro portal para mantenerte informado.
Columna de Frida Gómez en SDP Noticias
Foto Agencia México
clh
Vistas: 209