Leía ayer la columna de Raymundo Riva Palacio donde mencionaba las grillas dentro del círculo presidencial en torno al “doctor” Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, zar para el combate contra covid-19. Riva Palacio concluía que, por los muchos errores que ha cometido, el Presidente debía destituirlo.
Aprueba Cabildo de Puebla salida de regidor Iván HerreraEntre críticas y dudas, aprueban actividades de Fiestas Patrias en la capitalPues ya se tardó López Obrador, y mucho. No recuerdo un funcionario público más ineficaz, vano, arrogante y cretino en la historia reciente del país.
¿Por qué el Presidente lo ha aguantado tanto?
Primero porque, desde el principio de la pandemia, se convirtió en el pararrayos presidencial. El fracaso en el manejo de la pandemia por covid-19 no ha sido de AMLO, sino del otro López, Gatell. Le sirve, en este sentido político, al Presidente.
Hoy, de acuerdo con los datos de exceso de mortalidad, suman 567 mil los mexicanos que han muerto por covid-19. Es una estadística que no deja dudas sobre el fracaso en México para contener el coronavirus. Como lo han dicho los verdaderos expertos en salud pública, el gobierno erró. Y, sí, en el centro de las decisiones ha estado el farsante de López-Gatell.
El cúmulo de las declaraciones del subsecretario de Salud demuestran el nivel de este charlatán vestido de epidemiólogo.
Dijo, por ejemplo, que la influenza estacional era diez veces más virulenta y mataba más que el SARS-CoV-2. Afirmó que la epidemia no era una amenaza ni sanitaria ni social ni económica. Minimizó la enfermedad: “más de 90% son casos leves, leves quiere decir los síntomas de un catarro, son indistinguibles de un catarro”. ¿Y el otro 10% que les da más que un catarrito?
Ni hablar de su ridículo rechazo original a utilizar el cubrebocas para evitar los contagios. “Dan una falsa sensación de seguridad” o “tienen sus límites”.
Lo mismo con las pruebas. Cuando los países exitosos implementaban ambiciosos programas para testear a su población, López-Gatell decía que, “respecto a la aparente relación que algunos invocan de que entre más pruebas, mejor control, existe sobrada evidencia de que esto es una falsedad”. Ahí están los números que demuestran exactamente lo contrario a lo dicho por nuestro merolico.
“No se necesita tener hospitales designados —afirmó el “doctor”—, hay mucha mitología en la prensa internacional de que se necesitan construir hospitales especiales o tener centros exclusivamente para el coronavirus”.
A la postre, como en muchos temas, tuvo que tragarse sus palabras. En México se habilitaron nosocomios especializados que le salvaron la vida a mucha gente.
Obviedades como “no busquemos una curva plana donde no hay curva plana” o el rechazo a mecanismos que él inventó, como los semáforos epidemiológicos (“en cuanto al color, es hasta cierto punto intrascendente”), lo hicieron tristemente famoso.
Ni qué decir de la adulación grosera y cantinflesca a su jefe: “la fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona, un individuo que pudiera contagiar a otros. El Presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo y usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad. El Presidente no es una fuerza de contagio. Entonces, no, no tiene por qué ser la persona que contagie a las masas; o al revés, como lo dije antes, o al revés”.
El más reciente resbalón: “por cada dosis [de vacunas] que por acción judicial por esta sentencia de amparo se desviara hacia un niño o niña, cuyo riesgo es menor, se le está quitando la oportunidad a una persona que tiene un riesgo mayor”. Unas horas después anunciaba exactamente lo contrario: la inoculación de un millón de adolescentes que tienen factores de riesgo.
Pero no sólo han sido los errores del covid-19. Hay que sumar la terrible escasez de medicamentos, especialmente para el cáncer infantil, en los centros públicos de salud y que López-Gatell tuvo la desfachatez de caracterizar como una campaña organizada de grupos de derecha con la intención de llevar a cabo un golpe de Estado. Adiciónese el fracaso estrepitoso al cancelar el Seguro Popular para sustituirlo con una entelequia llamada Insabi.
El Presidente se ha tardado en despedir al matasanos. Y es que está metido en una trampa. Entre más tiempo lo sostiene, más trabajo cuesta correrlo porque se haría evidente lo que todos ya sabemos: el fracaso de la estrategia gubernamental para controlar la pandemia por covid-19. Mejor, entonces, mantenerlo. Total, las consecuencias serán unos cuantos miles de mexicanos más en los cementerios.
Yo, por lo pronto, ya no le creo nada a López-Gatell. Le cambio a la estación cuando habla este mentiroso redomado con su insoportable voz engolada.
Columna de Leo Zuckermann
Excélsior
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