Darlo todo y no dar nada es una comedia de Pedro Calderón de la Barca. La he leído varias veces, desde mi época de preparatoria, porque me gusta la forma en que el autor enfrenta al cínico Diógenes con el genio militar Alejandro Magno.
Preocupa a inversionistas que AMLO gobierne detrás de Sheinbaum: The Wall Street JournalAMLO y su mansplainingEn un ensayo del filólogo Carlos Mata Induráin leí que Darlo todo y no dar nada se representó originalmente para “la fiesta de los años, del parto y de la mejoría de la Reina nuestra señora, del accidente que le sobrevino estando el Rey nuestro señor en las Descalzas, y con su presencia volvió del desmayo”.
Aunque la comedia en realidad trata del triángulo amoroso entre el más grande general, la bella Campaspe y el pintor Apeles, en mi opinión su verdadero valor está en los diálogos entre Alejandro y Diógenes y, sobre todo, en la forma en que el conquistador macedonio decidió acerca de cuál debía ser su mejor retrato.
Un analista de Guatemala, Bernardo López, considera la historia del retrato de Alejandro como el paradigma de la crítica correcta al gobernante:
Esto no es retrato mío
Como en él no veo
esta mancha que borrón
es de mi rostro, poniendo
en disimularla todo
su primor el pincel vuestro.
Lisonjero habéis andado
en no decírmela, siendo
casi traición que en mi cara
me mintáis. Infame ejemplo
da ese retrato a que nadie
diga a su rey sus defectos.
Pues ¿cómo podrá enmendarlos
si nunca llegó a saberlos?
Más parecido está el vuestro;
pero no menos culpado.
En que viendo
estoy mi defecto en él
tan afectado que pienso
que en decírmele no más
todo el estudio habéis puesto;
con que igualmente ofendido
déste, que desotro, quedo;
pues lo que en uno es lisonja
es en otro atrevimiento.
Tampoco aqueste ejemplar
quede al mundo, de que necio
nadie le diga en su cara
a su rey sus sentimientos;
que, si especie de traición
el callarlos es, no es menos
especie de desacato
decírselos descubiertos.
¿Por qué? si al verle, me dais
a entender prudente y cuerdo
que solo vos sabéis cómo
se ha de hablar a su rey, puesto
que a medio perfil está
parecido con extremo;
con que la falta ni dicha
ni callada queda, haciendo
que el medio rostro haga sombra
al perfil del otro medio.
Buen camino habéis hallado
de hablar y callar discreto;
pues, sin que el defecto vea,
estoy mirando el defecto,
cuando el dejarle debajo
me avisa de que le tengo,
con tal decoro que no
pueda, ofendido el respeto,
con lo libro del oírlo,
quitar lo útil de saberlo.
Y para que quede al mundo
este político ejemplo
de que ha de buscarse modo
de hablar al rey con tal tiento
que ni disuene la voz
ni lisonjee el silencio.
Diógnes sobre el grande Alejandro “que a su imperio le viene el mundo estrecho”.
El grande Alejandro viva…
Viva el gran Príncipe nuestro…
cuyos lauros…
cuyos triunfos…
siempre invictos…
siempre excelsos…
¿Alejandro es más que un hombre,
tan vanamente soberbio,
que llora que hay solo un mundo
para verle a sus pies puesto?
Pues ¿por qué me he de mover
a verle, cuando mi afecto
más fuera, si fuera un hombre
tan sabio, prudente y cuerdo
que llorara que no había
otros muchos mundos nuevos,
sólo para despreciarlos,
más que para poseerlos?
Bueno es eso
para un recado que yo
te traigo.
De un viejo,
dialéctico a todo trance,
filósofo a todo ruedo,
que por no verte, señor,
como había, de ti huyendo,
de echar por aquesos trigos,
echó por aquesos cerros,
diciendo a voces que es más
monarca del mundo entero
que tú.
Pues no ha de lograr su intento;
que si él, por altivo, no
quiere verme a mí, yo quiero
verle a él, por desengañado.
Llévame allá; que deseo
ver quién es dueño del mundo,
él dejando o yo adquiriendo.
Diógenes recibió la visita del grande Alejandro y no salió a recibirlo porque el sol aún no calentaba, ya saldría cuando el astro rey lo abrigara:
Pues ¿cómo no sale a ellas,
habiendo mi nombre oído,
a recibirme siquiera?
Hombre que en tanta miseria
vive, de saber que yo
vengo a verle ¿ni se altera
ni se sobresalta más?
¿Hele dicho yo que venga?
Pues si yo no se lo he dicho,
que se espere o que se vuelva.
No hay más que decir.
Sea lo que fuere, ya
hice capricho de verla;
si es constancia, por aprecio,
y si es locura, por fiesta.
Bien podéis salir, que ya
el sol sus rayos despliega.
Pues a ver el sol saldré;
que, al fin, es el que me alienta,
me anima y me vivifica.
¿De poca sustancia es
decir que en mi competencia
sois vos más dueño del mundo
que yo?
Es verdad, yo se lo dije.
Y si de escucharlo os pesa,
perdonad, lo dicho dicho.
Pues es justo que a ver venga
Alejandro a un igual suyo.
Pero la posteridad
de una heroica fama eterna
¿será vuestra o será mía?
Fuera de que, ¿qué me importa
que fama o no fama tenga?
El sol
que va tomando la vuelta.
Y así pasaos aquí, no
me quitéis, por vida vuestra,
lo que no me podéis dar.
Mal, Efestión, le afrentas;
que si hubiera de dejar
de ser quien soy, y estuviera
en mí elegir lo que había
de ser, ten por cosa cierta . . .
Que, no siendo Alejandro,
Dïógenes quisiera.
Atiende, discurso mío,
quizá dirá su locura
lo que su razón no dijo.
Y yo volverme a mi monte,
donde te ruego que no vayas,
ni me llames otra vez;
que no sabes lo que cansa
esto de andar componiendo
de amor y celos las ansias
Seré quien pida por todos
el perdón de nuestras faltas;
aunque es darnos lo que es nuestro
darlo todo y no dar nada.
AMLO y Claudia deben buscar al buen pintor —quizá algún Diógenes habrá— en la SCJN, en la oposición, en la crítica mediática y en los otros contrapesos, si los hubiera, al poder presidencial
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Columna de Federico Arreola
Foto: Especial
cdch
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