La asistencia en octubre pasado de Alicia Bárcena a una polémica boda en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) ha desatado un vendaval de críticas hacia la exsecretaria de relaciones exteriores y actual titular de la SEMARNAT. Aunque Bárcena declaró sentirse engañada por Martín Borrego, su entonces subordinado y organizador del evento, su explicación revela más sobre las contradicciones del discurso moral de la 4T que sobre una simple falta de comunicación.
La reforma fiscal a escenaLa estrategia de HSBC en MéxicoEl hecho de que una ceremonia privada se camuflara como un acto diplomático no es solo un problema ético, sino también un reflejo de la facilidad con la que altos funcionarios se ven atrapados en las redes del privilegio que dicen combatir. Bárcena, al asistir, otorgó legitimidad a un evento que no solo distorsionó los fines de un recinto cultural emblemático, sino que también puso en entredicho la transparencia de su propio actuar.
La defensa inmediata de Claudia Sheinbaum hacia Bárcena, minimizando la gravedad del incidente, alimenta la percepción de un doble rasero en la gestión pública de la 4T. Si bien otros eventos similares han sido condenados con firmeza, este caso parece haberse manejado con guantes de seda debido al peso político de sus protagonistas. La pregunta que queda en el aire es: ¿qué tanto está dispuesta esta administración a comprometer su narrativa de austeridad y honestidad para proteger a los suyos?
Bárcena no es una figura cualquiera; su trayectoria la ha posicionado como una de las principales representantes de la política exterior y ambiental del país. Su papel en el gobierno de López Obrador fue clave para proyectar una imagen de México como defensor de la justicia social y los derechos humanos. Ahora, en la SEMARNAT, su desafío es monumental: reconciliar el desarrollo económico con la protección ambiental en un contexto de crisis climática. Sin embargo, su implicación en este escándalo amenaza con debilitar su credibilidad en un momento crucial.
El problema no es solo el acto en sí, sino lo que representa. La 4T llegó al poder prometiendo una transformación profunda que erradicaría las prácticas del pasado. Sin embargo, eventos como este demuestran que la retórica del cambio puede quedar atrapada en la sombra de viejas costumbres. Si el liderazgo de la 4T no actúa con firmeza frente a estas situaciones, corre el riesgo de perpetuar las mismas dinámicas que juró erradicar.
Más allá de las explicaciones, Bárcena tiene la responsabilidad de asumir las consecuencias de sus decisiones. La confianza en un funcionario público no es un cheque en blanco; se construye y se sostiene con acciones consistentes con los valores que se pregonan. En un país donde la desigualdad y el abuso de poder siguen siendo problemas estructurales, los actos de los líderes deben estar por encima de cualquier duda.
Este episodio debería servir como una llamada de atención para quienes ocupan los más altos cargos en el gobierno. La transformación no solo se declara; se practica. Si la 4T desea mantener su legitimidad, debe demostrar que sus principios son inquebrantables, incluso cuando los errores provienen de sus filas más cercanas. En caso contrario, la distancia entre el discurso y la realidad se convertirá en el talón de Aquiles de un proyecto político que prometió ser diferente.
En política, como en la vida, las acciones pesan más que las palabras. El episodio de la boda en el MUNAL deja claro que aún hay mucho camino por recorrer para cerrar la brecha entre lo que se predica y lo que se hace. En este contexto, Alicia Bárcena tiene una oportunidad única: demostrar, con acciones contundentes, que los principios de la 4T no son negociables. Si elige no hacerlo, la historia no la juzgará con indulgencia.
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Columna de Ever Fernando en SDP Noticias
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