En un contexto político donde la oposición debería erigirse como un contrapeso sólido y articulado, el Partido Acción Nacional (PAN) parece sumido en un espiral de simulaciones y promesas vacías. La reciente asunción de Jorge Romero Herrera como dirigente nacional y el anuncio de reformas estatutarias supuestamente orientadas a fortalecer al partido de cara a las elecciones de 2027 no son más que una fachada que oculta la profunda crisis de identidad y liderazgo que aqueja al PAN.
Romero Herrera, quien asumió formalmente la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional, ayer 19 de noviembre de 2024, ha proclamado su intención de abrir las puertas del partido a la ciudadanía y de implementar cambios radicales en los estatutos para romper con la concentración excesiva en la toma de decisiones. Sin embargo, estas declaraciones resultan poco convincentes cuando se examina el historial del nuevo dirigente, marcado por acusaciones de corrupción y una gestión cuestionable en la alcaldía Benito Juárez.
La promesa de una “apertura total” en la selección de candidatos y la creación de consejos consultivos ciudadanos suena atractiva en el papel, pero carece de sustancia si no va acompañada de una autocrítica genuina y una depuración interna que erradique las prácticas clientelares y el elitismo que han corroído al partido. La realidad es que el PAN ha perdido conexión con la ciudadanía, y sus intentos de renovación parecen más una estrategia de supervivencia que un compromiso auténtico con la democracia y la representación popular.
La instalación de la Comisión Permanente para definir la estrategia rumbo a 2027 y la retórica de estar “listos para la defensa de México” resultan insuficientes ante un gobierno que, según el propio Romero, ha cerrado espacios al diálogo. La oposición no puede limitarse a denunciar y defender; debe proponer, movilizar y reconectar con una sociedad que demanda soluciones reales y liderazgo ético. El PAN, en su estado actual, carece de la credibilidad necesaria para asumir este rol.
Es imperativo que el PAN deje de lado las simulaciones y emprenda una transformación profunda que vaya más allá de cambios cosméticos en sus estatutos. La ciudadanía no se dejará engañar por discursos vacíos ni por líderes cuya trayectoria está empañada por señalamientos de corrupción. La verdadera fortaleza de un partido radica en su capacidad para representar los intereses de la sociedad con integridad y transparencia, valores que el PAN ha dejado de lado en su afán por mantener cuotas de poder.
La crítica no busca descalificar por completo al PAN, sino instarlo a una reflexión profunda y a una acción decidida para recuperar su esencia y su relevancia en la vida política de México. La oposición es necesaria en una democracia, pero debe ser una oposición auténtica, comprometida y, sobre todo, congruente con los principios que dice defender. El tiempo de las simulaciones ha terminado; es hora de que el PAN demuestre con hechos su voluntad de cambio, o de lo contrario, enfrentará una irrelevancia política cada vez más pronunciada.