Juan Galindo, Pue.- Tal y como sucede con los 14 proyectos hidroeléctricos que se pretenden desarrollar en la Sierra Norte de Puebla, la construcción del complejo Necaxa, a principios del siglo XX, tuvo como principal objetivo abastecer de energía a la industria minera que se desarrollaba en el estado de Hidalgo.
Lo anterior se desprende de algunas ponencias y participaciones realizadas durante la mesa “Estrategias y Cambios en el Territorio y la Sociedad”, que se realizó la mañana de este miércoles en Nuevo Necaxa, cabecera del municipio de Juan Galindo, como parte del III Simposio Internacional de Historia de la Electrificación.
Con una exposición más técnica el físico Elio Martínez Miranda, describió las obras que componen el complejo, pero fueron la antropóloga Leticia Ruiz Rivera y el ingeniero Mario Gobea, jubilado de la empresa Luz y Fuerza del Centro, quienes hablaron de las consecuencias producidas durante la edificación de estas obras y el uso que se dio a la energía generada en la también llamada cuna de la industria eléctrica nacional.
Las obras, se precisó, implicaron el desplazamiento de 725 indígenas agricultores nahuas que fueron “relocalizados” y más tarde fueron empleados por la empresa como cargadores de piedra o en algunas tareas que tenían que ver con el manejo de la dinamita, dijo Ruiz Rivera.
La licencia para el uso de los ríos Necaxa y Xaltepuxtla, señaló implicaba también la posibilidad de “adjudicarse o expropiar” las tierras necesarias para la construcción de cinco presas y tres plantas. Fueron tres los poblados desplazados: Necaxa, San Miguel Acuautla y Patoltecoya, cuyos pobladores opusieron resistencia “y fue necesaria la intervención del gobierno federal para ‘convencerlos’ de que saldrían beneficiados y que las obras eran necesarias para el progreso de México y el desarrollo de su economía.”
Quienes aceptaron vender sus propiedades fueron reubicados en terrenos que les dio la compañía, la que a su vez los había recibido del gobierno federal, en el pueblo que se conoce como Canaditas. “Otros indígenas inconformes o ‘asustados’ se ubicaron en el cerro de Necaxaltepetl”.
“Cuando llegaron los gringos todo cambió. Desde lo alto de los cerros presenciamos cómo el agua invadió nuestras casas. Recibimos ayuda para construir en los cerros, pero ya no vivimos igual”, refirió la antropóloga que le dijeron en un testimonio.
Por ello, se señaló, los impactos sociales para los habitantes de la región fueron bastantes serios, por el desplazamiento de sus comunidades y la limitación del desarrollo de las actividades cotidianas. Y se resintieron incluso entre los pobladores que viven en la parte baja de la cuenca por el incumplimiento de la empresa.
“Por ejemplo -dijeron en una intervención del público- en 1920, los pueblos de Coyutla y Papantla estuvieron luchando por la construcción de un puente que les permitiera el tránsito porque cada vez que se desaguaban las presas, había inundaciones. La gente moría ahogada, igual que sus animales. El desarrollo se dio para el centro del país, pero no para las comunidades más cercanas”.
En su intervención, el ingeniero Mario Gobea, identificó que la hidroeléctrica tuvo como primer objetivo el de convertirse en una fuente de energía para la industria minera, por lo que sus dos más grandes líneas llegaron en primer término a las minas de Real del Monte y en segundo lugar, en 1909, al socavón de El Oro, ambas en el estado de Hidalgo.
Las precisiones sirvieron de argumento para comparar en este simposio internacional lo que sucedió a principios del siglo XX, con la existencia de 14 proyectos para la instalación de generadoras de energía en la Sierra Norte del estado, “todos ellos ligados a concesiones mineras y contra las que los pueblos originarios mantienen un movimiento de resistencia”.
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