Muchas personas, muy generosas, me han estado entrevistando en estos días sobre “El juego del calamar”, la serie más exitosa de todos los tiempos en Netflix. El problema es que siempre terminamos hablando de la violencia en esta producción coreana, de que los niños no le deberían ver, de que esto es malo, nocivo y yo, por supuesto, no estoy de acuerdo.
Proponen inscripción al RFC a partir de los 18 añosMonreal, Morena y sus fintasYa basta de jugar a la doble moral con el tema de la violencia en la televisión. Por andar criticando lo que no debemos, tenemos el mundo que tenemos. ¡No se vale! En el muy remoto caso de que usted no lo sepa, “El juego del calamar” es una serie que, a partir de los juegos infantiles más inocentes que usted se pueda imaginar, construye un espectáculo insólito de acción, de emociones y de denuncia donde, entre muchas otras situaciones, la gente muere de maneras muy creativas. ¿Es violenta esta serie? No.
Violenta, la vida de millones de personas, en este país, que a diario son asesinadas, desaparecidas, perseguidas, violadas, explotadas, golpeadas, asaltadas, secuestradas, insultadas y ridiculizadas por ser mujeres, por su orientación sexual, por el color de su piel, por el lugar donde nacieron y por mil temas más.
¿Y qué estamos haciendo para combatir esto? Nada. Mientras no nos toque, volteamos hacia otro lado, evitamos hablar de esas cosas, le echamos la culpa al gobierno en turno y terminamos por normalizarlo. Es normal que maten mujeres. Es normal que asesinen homosexuales. Son normales las fosas clandestinas. Es normal que se persiga a los migrantes. Es normal que violen a los niños.
Es normal la trata de personas. Es normal que asalten en el transporte público. Es normal que gritemos puto en los estadios. Es normal que los comediantes se vistan de mujer para hacer reír a las multitudes. Es normal que nos divirtamos con albures. ¡Qué no es normal aquí! ¿Entonces por qué tanta incomodidad con “El juego del calamar”? Porque es buena.
Le explico: en los últimos años, por mil razones políticas y empresariales, se nos ha educado para ser infelices, para estar permanentemente en el debate, para que nada nos guste. ¿Qué ocurre cuando vemos algo que nos llama la atención? Que no puede ser. Le tenemos que encontrar algo malo, algo para poder discutir con los demás, para ganarle a los otros, para tener la razón.
Y eso es exactamente lo que está pasando con “El juego del calamar”. Me pasa todo el tiempo. Cuando a los reporteros se les acaban las preguntas, tienen que hacer algo para dar nota y, ante la falta de argumentos, se van por el lado de la violencia. ¿No sería más fácil si simple y sencillamente reconociéramos que a todos nos gustó “El juego del calamar”? ¿No sería mejor si en lugar de buscarle defectos, asumiéramos que es maravillosa? ¡Claro que no! Porque entonces terminaría el debate, no se dirían tantas cosas y aquello terminaría por morir en términos periodísticos, políticos y comerciales.
Es exactamente lo mismo que pasa con los videojuegos, las caricaturas, la música y muchas otras manifestaciones artísticas más. No, pero espérese, todavía no acabo. “El juego del calamar” es buena, además, porque nos toca el alma, porque le da al clavo sobre muchas cosas muy íntimas, muy universales. Si no fuera así, no estaríamos viendo todas las reacciones que estamos viendo, todos los mecanismos de defensa, todo este fenómeno global. Mire, se lo voy a decir con todas sus letras: si hay un país que cuida, como ningún otro, el tema de la violencia en sus producciones audiovisuales es Corea.
He tenido el honor de estar ahí, con la gente de la industria, en varias ocasiones y le doy mi palabra de que estos genios de la comunicación no sólo tienen grandes leyes para manejar sus contenidos, sienten un profundo respeto por sus audiencias, las más educadas y trabajadoras del mundo. ¿Por qué cree usted que el K-Pop es tan dulce? ¿Por qué cree usted que los K-Dramas son tan románticos? “El juego del calamar” no es una telenovela que viaje por televisión abierta-privada nacional en horario familiar, es una serie que está en una plataforma que cumple con todas las advertencias legales sobre este tipo de cuestiones. Por favor no hagamos escándalo donde no lo hay, atrevámonos a gozar de lo que vemos y, en casos tan magistrales como éste, discutámoslo bien con nuestras hijas, hijos, familiares y amistades. Vale la pena. ¿A poco no?
Columna de Álvaro Cueva
Foto: Especial
cdch
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